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Víctimas de abuso sexual en Camboya aprenden a cortar cabello para superar trauma

Un salón de belleza de lujo da a las víctimas de trata de personas y abusos sexuales y físicos de Camboya la oportunidad de formarse y superar el trauma de la explotación sexual y violencia que sufrieron de niños.

Rodeada de los rostros impasibles de decenas de maniquíes, Keo Thavry practica cortando el pelo sintético de una muñeca, como hacía de pequeña cuando jugaba a ser peluquera con una cáscara de coco, hojas de plátano y jirones de ropa vieja, años antes de que sus padres la enviasen a vivir con un extraño.

“Un día llego un hombre que había perdido ambas piernas en la guerra y me ofreció que me fuese a vivir con él. Yo pensé que era una buena manera de ayudar con las dificultades de mi familia, no sabía que era una mala persona y me violó”, relata la joven.


Thavry, que tenía 14 años cuando abandonó su hogar y ahora tiene 21, es una de las estudiantes de la peluquería que la ONG Soul and Justice abrió en el elitista barrio de Boeung Keng Kang en Phnom Penh para financiar su programa de reinserción.

Víctimas de las mafias, de la pobreza que acucia a sus familias y de la falta de educación y oportunidades, muchos niños acaban comerciando con sus cuerpos, expuestos a situaciones que prolongan la dinámica de marginación.

“Nuestros estudiantes están en riesgo de explotación sexual, si consiguen trabajos en los que ganan US$50 al mes, están en riesgo de recaer, pero si acaban trabajando en un salón en la que ganan US$400 no van a volver a su vida anterior”, expone Matthew Fairfax, fundador de la organización.

Los clientes que acuden a la peluquería desconocen que, más allá del pulcro y elegante salón, los aprendices luchan contra los fantasmas del pasado.

En su mayoría son mujeres, aunque también hay varones, que se sienten ajenos a ese mundo donde un corte de pelo cuesta US$40.


La organización elige los candidatos, quienes tienen que realizar un proyecto creativo y demostrar en entrevistas personales “capacidad”  y “pasión”, señala FairFax.

Thavry eligió realizar una rosa de papel para entrar en el programa, una elección simbólica ya que es la única de los cuatro estudiantes cuya virginidad fue vendida, aunque no es una excepción entre las víctimas de trata en Camboya.

“Algunas de las chicas han sido traficadas a edades de 9, 10, 11 años… a una edad en la que no tienen capacidad de decisión”, lamenta el fundador.

En un informe de la Organización Internacional de Inmigración del 2007, el 38% de más de doscientas prostitutas entrevistadas en Camboya vendieron su virginidad o fueron obligadas a ello.

Kate-Marie Engberg de International Justice Mission (IJM), una de las ONG colaboradoras, apunta “lo difícil que es cuando las familias no apoyan el proceso, y prefieren ponerse de lado del acusado. Es un problema para la recuperación de las víctimas y el éxito de la acusación”.

IJM abrió una oficina en el 2004, tras la repercusión del documental de la NBC Niños a la venta, considerado un punto de inflexión en la lucha contra el abuso de menores, ya que atrajo inversión foránea y presionó al Gobierno local a actuar.

El reportaje provocó además una redada en Svay Pak, un pueblo convertido en prostíbulo al aire libre donde los menores eran ofrecidos impunemente a pederastas como si se tratasen de mercancía.

La coalición Chabdai, compuesta por organizaciones contra la trata y la explotación sexual, considera que a partir del 2007 se empieza a notar el efecto de la presión de las autoridades, con la reducción paulatina de la impunidad y el alejamiento de los niños de los burdeles.

“Desde que la trata se ha vuelto más compleja, y no está tan expuesto como solía estarlo, los criminales lo han empujado a la clandestinidad”, asegura Engberg.


Las organizaciones argumentan que es difícil cuantificar el número de menores explotadas en la actualidad.

En el centro de la capital camboyana, muchas mujeres, entre las que se encuentran algunas menores, ofrecen servicios sexuales sin depender proxenetas, con el único amparo de la noche.

Enfrentada a la dureza de este tipo de ambientes desde la adolescencia, Thavry comparte la culpa del camino que tuvo que seguir.

“No seáis inocentes, ni creáis fácilmente a aquellas personas que no conocéis”, advierte Thravy a quienes sufren la situación que ella vivió.

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