200 años de la Catedral

JM MAGAÑA JUÁREZ

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Completan el conjunto el Palacio Arzobispal, al norte, y el Colegio de San José de los Infantes y casa parroquial, al sur.

En los tres edificios impresiona el aprovechamiento de la topografía, ya que la diferencia de altura entre la Plaza Mayor y la plaza del Sagrario permitió obtener, en el Palacio, una sucesión de tres claustros en los que la altura varía de uno a tres pisos; en el templo, las criptas, del crucero hacia atrás y en el Colegio, que tiene dos claustros, el frontal de un piso y el segundo de tres que limita al oriente con el atrio del Sagrario. La casa parroquial, con tres pisos, del atrio hasta la plaza del Sagrario.

Su construcción empezó en 1782, a cargo de otros profesionales que adversaron la solución de techos abovedados por el riesgo ante los sismos. La obra tardó 30 años, inaugurándose en marzo de 1815.

En las décadas de 1950 y de 1960, siendo arzobispo de Guatemala monseñor Mariano Rosell Arellano, se trasladó el coro hacia el frente, creando un coro alto que nunca existió.

Durante ese período cambió la liturgia y la misa se ofició de cara a los fieles. Con eso, el altar mayor se adelantó hacia el crucero, por debajo de la cúpula, creándole un templete mandado a hacer en mármol y ónix.

Las piezas arribaron a Guatemala, incompletas, y el encargado de su montaje no lo notó o no se tuvo el tiempo para hacer el reclamo y esperar que viniera el resto; el resultado es la falta del entablamento entre las cuatro columnas y la cúpula, la que se apoya directamente sobre aquellas, luciendo inacabado, dando la sensación de inestabilidad.

En 1976, al regresar a Guatemala después de hacer estudios de restauración de arquitectura y centros históricos, realicé el levantamiento del templo y sus daños procediendo a su restauración, en tanto el arquitecto José Asturias Rudeke, junto a representantes de la empresa Freyssinet preparaban el proyecto de reestructuración a base de postensados sobre los ejes transversales de las bóvedas, estabilización de la cúpula y reforzamiento de los campanarios.

Durante el proceso se eliminó el repello y blanqueado en parte de las impostas —molduras en piedra— de los arcos interiores.

Asimismo, el ábside había sido alterado con rellenos de mampostería para pinturas murales, sin duda valiosas por sí mismas, pero que ocultaban la riqueza espacial del original Coro de Canónigos.

Se hicieron las consultas necesarias ante instituciones y expertos en conservación de bienes culturales, las cuales coincidieron en que convenía demolerlos a fin de recuperar la volumetría de ese importante espacio curvo, al final de la nave central, pero ninguno ofreció su parecer por escrito.

La decisión final se tomó en consenso entre quienes participamos de la restauración y reestructuración del templo.

jmmaganajuarez@gmail.com

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