SIN FRONTERAS
A Trump lo dejan solo (con su Twitter)
Pasaron siete meses apenas desde que tomó la Casa Blanca, y analistas en EE. UU. lo llaman ya —a Trump— un presidente Pato Cojo. Así como suelen llamar a sus presidentes cuando arriban a sus últimos días de gobierno. Esos días cuando su permanencia se siente ya más bien simbólica, y cuando son realmente pocos los que aún le prestan atención. Así, todavía no termina el primer año de gobierno de la “revolución trumpista”, pero contrario a lo que prometió a sus obstinados seguidores, lo único que logró desmoronar en Washington, no fue el sistema empantanado que denunció, sino más bien su propio equipo de trabajo. En siete meses, su cúpula cercana ha renunciado, o ha sido despedida de ese proyecto inusual. Steve Bannon —su estratega principal—, despedido antier, es la pérdida más importante del proyecto que promueve un gobierno sobre la base ideológica del nacionalismo blanco.
Nada nuevo en el mundo, la idea defiende un país para los blancos, y permite el desprecio hacia quien no lo es. Su actual efervescencia en Estados Unidos está ligada al miedo de esa población blanca, que ve a su grupo convertirse en una minoría, ante el crecimiento —en especial— de los hispanos. En 1960, según PEW, 8.5 de cada 10 estadounidenses era blanco. Pero el último censo —en 2010— reveló que esa población descendió a un 72%. Y proyecciones estiman que para mediados de este siglo, los blancos serán solo un 40%. Vea lo que publicó el Buró de Censos federal: que ya desde 2015, la mayoría de niños que nacen diariamente en EE. UU. no son blancos.
Ese problema que divide a los estadounidenses en lamentables espectáculos como los de Charlottesville nos afecta en Guatemala, al menos en dos formas: primero, por esa quinta parte de nuestra población que radica en su territorio, frente al auge de grupos autoproclamados como Nazis y otros parecidos. No está demás apuntar que el maniático que atropelló con su vehículo a los protestantes en Charlottesville es originario de un suburbio de Toledo, en Ohio. Es decir, prácticamente un vecino de poblados guatemaltecos que, bajo el anonimato de la migración irregular más oculta —la indígena—, trabajan en las granjas de Ohio, en condiciones muy inciertas. ¿Recuerda alguien a aquellos chicos de Barillas que fueron rescatados de una red de tráfico en 2015? Marion, donde vivían, está a solo una hora de ese lugar.
Pero la fractura actual en el Norte supone también otro problema para Guatemala. Y es que, como tantas otras cosas, las ideas aquí vienen importadas, así como lo vienen las prendas de vestir, y los chocolates en barra. Cuando Trump anunció su candidatura, introdujo a la tribuna expresiones que terminaron incitando al odio. Un odio que en Guatemala, como árida pólvora, está expuesto a cualquier chispa que le encienda. El tono de la conversación política aquí también se ha deteriorado, y preocupan las constantes expresiones que deterioran a una moral social, que debería estar encausada a proteger nuestra sociedad diversa.
En apariencia, Washington ya está siendo estabilizado por funcionarios de carrera, que podrían dejar a Trump solo con su teléfono y su Twitter. Y pareciera que ambos estarán contentos así: funcionarios como John Kelly, administrando la Casa Blanca, y Trump por su lado, con la estabilidad de un canchinflín, probablemente sin saber hacia dónde va su propia presidencia. Pero el pueblo, preocupado, toma medidas para evitar lo que considera una infección. El País ayer reportó que las grandes plataformas electrónicas han decidido cerrar espacio hacia medios que incitan al odio. ¿Una limitación a la libre expresión? Quizás no. Más bien una protección por el bien común, que muy bien podría imitarse en Guatemala, para cerrar tribuna mediática a quienes, desde el radicalismo, nos invitan a retroceder.
@pepsol