Ángeles de carne y hueso
De hecho, según la tradición católica, toda persona sería acompañada por un ángel guardián, que indefectiblemente permanece junto a su protegido a lo largo de su vida, a fin de salvarlo en la medida de lo posible de los peligros o bien de inspirarle los mejores pensamientos e intuiciones, para que contribuya a una sociedad mejor.
En este sentido, bien se puede afirmar que existen personas y entidades que verdaderamente se convierten en ángeles protectores de decenas e incluso centenares de niños y niñas que padecen por el abandono de sus padres, alguna enfermedad, capacidades especiales o por las condiciones de pobreza en que vive su familia.
Desde cubrir necesidades básicas, como alimentación y albergue, hasta la provisión de cariño, educación, valores y una visión renovada de la vida, estas entidades marcan la diferencia en una sociedad que por momentos se ve dominada por la apatía y el desencanto existencial, dados los numerosos lastres generados en muchos casos por la indolencia de otros ciudadanos y autoridades, a quienes les basta con su propio egoísmo, sin importar que esto conlleve prácticas cuestionables.
Sin más razones que el natural servicio al prójimo, estos benefactores actúan de buena fe y sin esperar nada a cambio, a diferencia de aquellos que prometen, ofrecen, abrazan a niños en episodios inverosímiles, pero que al ocupar los cargos pierden la memoria y argumentan toda clase de pretextos para el limitado alcance de sus acciones.
Los ángeles de carne y hueso, por llamarlos de alguna manera, tienen la convicción de que aportan a la construcción de un país mejor a través del rescate de vidas infantiles marcadas por el sufrimiento, las limitaciones y los prejuicios. Cabe destacar que muchas de estas entidades están a cargo de órdenes religiosas católicas, sobre todo aquellas que deben atender a quienes afrontan los más duros casos de discapacidad o enfermedad terminal; no obstante, también hay organizaciones evangélicas que sirven a los más indefensos, con más fe que recursos, puesto que la mayoría se sostiene a base de donativos o apadrinamientos.
No cabe duda de que la sensibilidad de quienes integran estas entidades los mueve a prodigar abrigo, compartir y llevar pequeños regalos a muchos de quienes en estas épocas afrontan una etapa de contrastes. Lo hacen en el anonimato y sin esperar aplausos, a diferencia de otros, que solo con el afán de protagonismo malbaratan recursos en aspavientos estériles.
Tampoco hace falta instalar un centro enorme para poder sumarse a estas iniciativas. Basta con silenciar un momento la parafernalia consumista y disponerse a compartir algo de lo que se tiene, ya sea comida, un obsequio o ropa a alguien que lo necesite, que muy probablemente estará más cerca de lo que usualmente se cree.