EDITORIAL
Ante el retorno de Alfonso Portillo
Mañana por la noche tendrá lugar el regreso de Alfonso Portillo a Guatemala, un acontecimiento sin precedentes en la casi increíble historia política del país, porque se trata de un personaje con muchas características peculiares, entre las cuales destaca la admiración que despierta en el sector popular, contrastante con el fuerte rechazo presente en las demás capas de la sociedad. También su cuestionable paso por la política nacional, que en cierta forma retrata el estado en que se encuentra.
Desde hace semanas se ha publicado toda clase de opiniones sobre lo que hará o dejará de hacer quien en su historia personal incluye el homicidio de dos mexicanos cuando residía en ese país, el paso por la Democracia Cristiana, su viraje al Frente Republicano Guatemalteco, la Presidencia de Guatemala y su huida a México, donde ya habían prescrito las posibilidades legales en su contra. Luego, su expulsión de ese país, su intento de fuga hacia Belice, el encarcelamiento en la capital guatemalteca, su extradición violenta hacia Estados Unidos, donde fue encarcelado y condenado por lavado de dinero y, ahora, el regreso a su país de origen.
El gobierno portillo-eferregista se caracterizó por numerosos actos de abuso de autoridad, tráfico de influencias y abandono de las promesas de campaña, aunque sí se preocupó en mantener buena imagen entre los sectores económicamente desposeídos, haciendo uso de su innegable capacidad no solo oratoria, sino de adaptar su discurso político al tipo de audiencia que tenía enfrente.
Es explicable preguntarse si la popularidad de Portillo se debe a sus acciones o a que la proyección social de los gobiernos posteriores no existió o fue muy poca. Parece ser una mezcla de ambos. Como sea, existe, y los partidos políticos están al acecho, listos para ver si les es posible obtener una declaración favorable. Lo mejor para ellos, por supuesto, sería lograr que acepte la candidatura a una diputación. Por su parte, sus familiares han dicho que no saben cuál será la decisión del exgobernante.
El caso Portillo ejemplifica la propia degradación que vive la sociedad guatemalteca, pues resulta inconcebible un alboroto como el que rodea su llegada con los antecedentes citados, que para nada constituyen un ejemplo de conducta, y como bien dijo el domingo último el arzobispo Julio Vian, no se pueden pasar por alto esas cosas y mucho menos dejarse llevar por el populismo. Por ello es que lo menos que se puede pedir es que su regreso sirva también para una profunda revisión de los principios sobre los que actúan los políticos.
Desde la óptica internacional, lo que ha ocurrido en Guatemala y puede suceder mañana apoya la tesis del subdesarrollo del país. Simplemente porque semejante telenovela no cabe en la mente de los políticos europeos o estadounidenses ni de un país medianamente viable. Y en el caso de los latinoamericanos, estos hechos comprueban la percepción generalizada de que Guatemala es un país situado en el fondo del tercermundismo. En algunos ocurren situaciones parecidas, pero no al extremo del caso guatemalteco. Y en aquellos los ciudadanos protestan, exigen; contrario a lo que ocurre aquí.