EDITORIAL
Ante la negativa de señalar el Gabinete
Como pocas veces en la historia, los ciudadanos están conscientes de su poder para presionar la gestión de los mandatarios. En el caso del gobierno entrante, el efecto se acentúa más por razones dignas de tomar en cuenta. La primera es que el presidente electo ha sido inconsistente en cuanto a sus propósitos y algunas propuestas iniciales, como las del militar Óscar Platero o el asesor financiero José Ramón Lam, denunciado por la Usac.
Ambos dejaron muy mal parado a Morales y han elevado el nivel de exigencia en torno a una selección de ministros y secretarios, que debe ser buena para el país. Y sobra mencionar la superficialidad con que el presidente electo ha abordado ante los medios de comunicación la problemática y sus soluciones ya como futuro jefe de gobierno, lo que llama a la preocupación generalizada.
Por aparte, tampoco se conoce públicamente de compromisos de los futuros gobernantes con los sectores tradicionales que, sin hacer política, han tenido una innegable influencia en las decisiones de gobierno, lo que cuestiona la misma Cicig. Esto implica cambiar la lógica de los nombramientos ministeriales, tal y como parece ser el signo de los tiempos en el país.
Sin embargo y buscando el punto de equilibrio, vale la pena recordar que con excepción del gobierno de Vinicio Cerezo, los presidentes han develado su gabinete durante o después de la toma de posesión, para evitar el desgaste que implica la descalificación anticipada de sus hombres de confianza, tal y como ya está ocurriendo.
No se puede omitir en el análisis de que los ministros y secretarios no dependen de elección popular ni simpatía, sino reflejan una decisión presidencial en cuanto a gente de confianza, que además debe ser idónea para los cargos por ocupar.
Desde esta perspectiva, la presentación anticipada del Gabinete supone una lógica discusión, estéril en muchos casos, porque es muy difícil encontrar funcionarios que satisfagan a todos los sectores. Como se percibe el panorama político de corto plazo, ese período de análisis se puede convertir en una presión innecesaria para un gobierno que no puede ni debe tomar sus primeras decisiones claves sujeto al potencial linchamiento de bienvenida promovido por quienes pudieran tener inconfesables intereses de negociación.
Dadas las condiciones en que llega el gobierno de Morales, rico en votos pero pobre en apoyo político real, la luna de miel de los cien días podría ser inexistente. Las dudas solo se disiparán cuando, a pesar de las críticas, la nueva administración muestre capacidad. Tanto el presidente como el pueblo deben estar claros: no hay espacio para equivocarse.