ARCA DE ESPEJOSLas luces y las sombras

AQUILES PINTO FLORES.

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La muerte de un dictador resucita el encono que desde hace años ha dividido a la sociedad y viene a alinear a unos y a otros en torno a la eterna pregunta sobre quienes son los dueños de la Verdad, porque ¿quién posee la virtud de poseerla y de explicarla?

La historia está poblada de personajes que encarnaron la pretensión de servir a sus naciones, aunque se hayan cegado en sus métodos y procedimientos, tantas veces, brutales e inhumanos.

Stalin, por ejemplo, en cuyo homenaje algunos de sus activistas se hayan bautizado con su nombre, con mano de acero mantuvo la unidad de su inmenso territorio, engrandeció los confines del imperio soviético y sostuvo férreamente la revolución socialista y recordemos que su invencible voluntad fue factor decisivo para derrotar a las huestes nazis, pero el alto y trágico precio que la humanidad hubo de pagar por ello, quedó estampado en el genocidio más grande que registra la historia, y sin embargo le quedan admiradores, imitadores y nostálgicos, ya que para unos fue el héroe salvador y para otros, un excepcional tirano totalitario.

¿Quién está libre de culpas? El régimen chino arrasó a los jóvenes estudiantes en la plaza central de Beijin, aunque con ello salvó al socialismo asiático de la amenaza de una ruptura como la que se desató en su tiempo en el mundo socialista europeo.

Sadam Hussein, no obstante sus sistemas brutales, logró mantener la unidad e integridad territorial del antiguo pueblo. Fidel, quien hizo un ritual del paredón con juicios populares en pleno estadio en el que la muchedumbre reemplazó a los jueces para dictar fallos inapelables, supo salvar a sangre y fuego la soberanía de su país y logró realizar la revolución socialista, sin un ápice de solidaridad continental. George Bush, quien en el sagrado nombre de la democracia y de la libertad, se erige en prepotente conquistador de las riquezas petroleras.

Por ello, frente al drama del juicio histórico y del veredicto de quienes pretendemos suplantar a Dios en la sentencia, es preferible atenerse a las sabias palabras de Michelle Bachelet, la digna presidenta de Chile: ?Tengo memoria, creo en la verdad, aspiro a la justicia y tengo la profunda convicción y la voluntad para superar la adversidad, los momentos amargos e injustos y entender que, como en los ciclos personales, también en los ciclos de la historia de una nación se abren nuevos derroteros donde lo que aprendimos del pasado nos debe ayudar para enfrentar mejor el futuro?.

Cuando leí que la presidenta se abstuvo de condenar al difunto Pinochet, me pude explicar y entender al compatriota-poeta Ismael Cerna, quien reconociendo que Barrios quiso la grandeza de su patria, le dijo en hermosos versos: ?En nombre de esa patria te perdono?.

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