Calma chicha
El auge neoliberal a nivel global, ola sobre la cual se montóÁlvaro Arzú para reducir el papel del Estado en la sociedad a finales de los noventa, terminó de abrir la puerta a esta modalidad; la “desincorporación” de activos, la terciarización de los servicios públicos, el debilitamiento técnico de la institucionalidad, y la entrada con fuerza de las empresas transnacionales en el territorio, abrieron la puerta a otros grupos de poder para competirle a la oligarquía su tradicional control; algunos de estos grupos son legales; otros, no tanto. Unos más voraces también, pero ninguno logra establecer una clara dominancia sobre los demás en esa lucha por controlar el Estado y los privilegios que este confiere: negocios, impunidad, saqueo del erario, legislación ad hoc, control de territorios, debilitamiento o cooptación de institucionalidad clave, según convenga.
Una salida hubiera sido, como en las mafias, desatar la lucha intestina entre facciones por la supremacía; no se dio. La opción preferida parece ser la connivencia, las alianzas coyunturales, la amalgama de intereses y, ocasionalmente, las trifulcas de baja intensidad y letalidad, pero que liberan tensión. Eso permite que, cuando se sienten amenazados, estos grupos se unan y solapen unos a otros, como ocurrió, por ejemplo, para forzar la salida de Claudia Paz y Paz del MP.
¿Será esto lo que explica que vivamos esta “calma chicha” en el país, donde a pesar de que pasa de todo, no pasa nada a fin de cuentas?
Sin embargo, la falta de hegemonía de alguno de esos grupos es una razón para que ahora no haya orden y límites en el despojo del Estado. Todas las jaurías están desbocadas a la vez; entran en frenesí, carcomiéndolo todo, dejando la nación sin Estado, como una masa gelatinosa, sin elemento vertebrador. Este es uno de los contrastes más evidentes con el anterior “orden” oligárquico, y explicaría la nostalgia de muchos por figuras tipo Ubico o Arzú, y el desencanto con un gobierno que se suponía desplegaría orden, disciplina y unidad de mando para revertir el desenfreno.
Mientras que desde la perspectiva ciudadana leemos caos, ingobernabilidad, ausencia de respuesta estatal; desde la óptica de los grupos de poder, la gobernabilidad se ha mantenido, aún con altibajos; han tenido cuidado de no machucarse entre ellos; que ninguno pretenda dominancia absoluta frente a los otros. Pienso que por eso permanece esta calma chicha.
¿Dónde está la ciudadanía en estos juegos de equilibrios? O es indiferente, o bien, se alínea mecánicamente con distintas facciones en contienda. La reivindicación de su derecho a un Estado democrático e incluyente sigue pendiente. ¿Serán señales de cambio las movilizaciones del lunes? ¿Las protestas urbanas por el vejamen al Centro Cultural? ¡Ojalá! Pues pienso también que solo la acción ciudadana organizada y despejada de miopías y prejuicios es la que permitirá que salgamos del lodazal.