Cambio y esperanza
para lograr cambios verdaderos y transformadores en el país, se hace indispensable que como ciudadanos asumamos nuestra cuota personal de responsabilidad en la generación de dichos cambios.
Identifico con esperanza la existencia de un pensamiento bastante común entre los colaboradores de esta columna: somos nosotros, cada uno y en estructuras intermedias organizadas, quienes hemos de impulsar el cambio, eliminando la fuentes de corrupción, desde las llamadas mentiritas blancas hasta el asalto concertado del erario entre funcionarios de gobierno y falsos empresarios. ¿O acaso cree usted que la delincuencia puede poner su propia escuela para educarse y vivir de otra manera?
Compartir esta esperanza y valorarla desde la perspectiva cristiana es enriquecedor, sobre todo para una nación que se confiesa compartir, creer y vivir el mensaje de Cristo. En esta perspectiva de vida, la esperanza bíblica y cristiana no debería significar una vida en las nubes, el sueño de un mundo mejor, sin bajar a lo terrenal y materializarse en las grandes mayorías. La esperanza no es una proyección de aquello que quisiéramos ser o hacer. Ella debe llevarnos a ver las semillas de este nuevo mundo ya presente hoy en día, a causa de la identidad de nuestro Dios en nosotros, a causa de la vida, de la muerte y resurrección de Jesucristo dentro de nosotros. ¿No es acaso la predicación del evangelio de Cristo, su vida y ejemplo, suficiente motor como para entender el camino de esperanza hacia el cual hemos de cambiar?
Esta esperanza podría ser la fuente de energía para vivir de otra manera, o al menos preguntarnos ¿para qué hemos vivido compitiendo unos con otros, en lugar de cooperar para hacer un mundo mejor? Es de sí mismos valioso tener la sana duda de si hemos de seguir los valores de una sociedad fundada sobre el deseo de posesión y competencia que tanto daño ha hecho, al dividir la nación guatemalteca entre ricos y paupérrimos; saludables y nutridos vs enfermos y desnutridos; letrados e ignorantes; explotadores y explotados. A pesar de esta realidad, evidente para el mundo, olvidamos a aquel que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
En una reciente conversación de familia, mi hija Ariana Callejas Aquino, estudiante de Derecho en la Universidad del Istmo, planteó un reto importante a la familia, invitando a todos a que, para su cumpleaños, no quería regalos para ella, sino el dinero que pudiéramos darle para iniciar una fundación con propósitos humanitarios. Me impresionó su sensibilidad y me hizo recordar la frase de María Teresa de Calcuta: “Dar hasta que duela, y cuando duela dar, todavía más”, complementada con la de San Agustín: “Da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta”.
El cambio podría ser experimentar la extraordinaria sensación de libertad que el amor expresado en esta forma de dar traerán a su vida. Feliz año nuevo.