CATALEJO

2021 sin Semana Santa

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Por segundo año consecutivo las celebraciones públicas de la Semana Santa no podrán de nuevo ser realizadas y se desarrollarán únicamente en el interior de los templos católicos. Otra vez serán catastróficos los efectos económicos para miles de personas cuyos empleos dependen de los ingresos relacionados con una festividad de orígenes eminentemente religiosos, pero ampliada a ser una manifestación de la cultura guatemalteca más allá del fervor, al tener relación con la vestimenta, la música, la comida y algunas tradiciones no necesariamente religiosas. En ese sentido podría considerársele una tragedia nacional, lamentable y tal vez hasta irreparable, por muchas causas.

Los países donde se han perdido las tradiciones pierden mucha de su esencia, como consecuencia inevitable. Donde se mantienen, afianzan su individualidad y otorgan a sus habitantes motivos para sentirse orgullosos de haber nacido allí. Inglaterra, con su hora del té y las ceremonias relacionadas con la Corona, así como España, con la permanencia de sus bailes, como el flamenco, son buenos ejemplos en Europa, pero no los únicos. Y las mejores tradiciones son las únicas, como es el caso de la Semana Santa guatemalteca, a causa de la majestuosidad de sus procesiones, y de la calidad artística y sobre todo histórica de las imágenes. Esto trasciende las diferencias religiosas.

Por desgracia, las multitudes facilitan el contagio del coronavirus, sobre todo si no acatan las disposiciones. La cada vez menor importancia del país dentro de la comunidad internacional y la corrupción, por encima de todo, son factores contribuyentes a aumentar el número de años sin la Semana Santa tradicional y con ello el riesgo, incluso, de su desaparición o reducción a expresiones mínimas. Una población joven y un aumento de la pertenencia a grupos no católicos, terminan por complicar la supervivencia de esta tradición. Lo peor es el escaso número de cosas posibles de hacer. Sobrevivirá parte de la comida, si no cae derrotada por los malos hábitos importados. Es una lástima y un gran dolor.

No es el ave Fénix

Cuando los guatemaltecos nos enteramos de las decisiones del Gobierno, las sospechas de corrupción surgen. Causa sorpresa la decisión del Ministerio de la Defensa de gastar más de 24 millones de quetzales para reparar de un venerable avión DC-3 o C-47, en tierra desde 1993. Es parte de una inversión de monto no especificado y se piensa adquirir aeronaves nuevas de entrenamiento. La Fuerza Aérea Guatemalteca (FAG) tiene ahora helicópteros y aviones Cessna Caravan, de 12 pasajeros, con un valor máximo de US$2.6 millones, pero por no ser artillados, de nada sirven para evitar el ingreso de los narcojets.

La revista estadounidense Controler, dedicada a vender aviones usados o históricos, calcula en US$222 mil el costo de un avión como ese DC-3, fabricado por primera vez en 1936. El de la FAG es un cuasi octogenario aparato construido en 1942 y reconstruido hace poco más de 20 años, cuando se le cambiaron los motores originales por turbinas y se modificaron las alas. Un avión similar se consigue por US$795 mil y para cambiar las turbinas se deben desembolsar US$3.7 millones. Puede transportar bastante ayuda en emergencias. Pero un modelo de avión de tantos años y horas de vuelo pronto ya no volará.

Es cuestión de lógica, me parece. En un DC-3 de Aviateca volé por primera vez en mi vida, en 1959, cuando vendió boletos a Q5 para sobrevolar por pocos minutos la entonces pequeña capital. Pero no me subiría ahora en uno, porque 79 años son demasiados. El Ministerio de la Defensa debe al menos intentar la imposible tarea de explicar las razones de esa decisión, al no ser secreto de Estado. Se trata de una fuente de críticas. Insistir solo aumenta la mala imagen gubernativa y por eso se debe dar un retroceso a esa idea injustificable. Si los aviones tuvieran familia, ese venerable e histórico aparato, alguna vez utilizado por la FAG, ya sería un orgulloso bisabuelo…

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.