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Carol Yi o ¿fin del monopolio?

El desarrollo de las fuerzas productivas revoluciona las relaciones sociales en todo el mundo.

Durante décadas, los intereses corporativos de las empresas comercializadoras de producción artística: cine, música grabada e imagen de artistas y revistas de caricaturas, medraron en el monopolio. No se trataba de ningún suplicio: el público estaba contento. La popularidad de las caricaturas se debía al goce después de hacer los deberes escolares, antes de la cena. Personajes enigmáticos como Mister Magú o el pájaro loco podían expresar complejas construcciones de preparación de una acción, para terminar en el desastre detonador de risa.


Lo mismo acontecía con las revistas, llamadas chistes en el país. La pequeña Lulú, precursora del feminismo, para no hablar de los superhéroes, desplazaron a las novelas para adolescentes como las de Salgari, Julio Verne o Alejandro Dumas. Pero los artistas de los programas televisivos se llevaban las palmas: Roger Moore acompañó la niñez como Ivanhoe, la adolescencia como El Santo, la edad adulta como un 007. Para no citar a cuanto espía, detective o policía encubierto llenaba la pantalla chica. Poco a poco, comenzaron a colarse las heroínas en papeles de detectives, salvavidas y especialistas en artes marciales.


Chile fue el ejemplo de encuadramiento del público, consagraba a los cantantes obligados, en Viña del Mar. Algunos se podían colar al norte de Latinoamérica, como Leonardo Fabio o Sandro; pero también los había limitados al sur, como Adamo. Los artistas españoles encontraban salida, a pesar de Franco. Ejemplos notables son Rocío Dúrcal después convertida en cantante de Juan Gabriel, o Raphael que se negó a una presentación en el país porque hacía mucho calor. En fin, el monopolio podía hacer berrinches, sin tener arraigo nacional.

¡Qué lindo vivir la hipersexualización, al salir del monopolio de medios!


Hoy existe la misma arrogancia. Los presentadores de noticias, reclutados en el extranjero, llegan al colmo de ignorar la geografía nacional, no pueden pronunciar los nombres indígenas. Uno de esos, llegó a afirmar que Esquipulas estaba en el occidente. Afortunadamente, las perifoneadoras nacionales todavía aparecen y no han sido desplazadas por rubias. Jay Zagorsky, de la Universidad de Ohio, en un estudio demostró que las rubias no son tontas. Felizmente, los gerentes televisivos las prefieren trigueñas.


La reciente presentación de Carol Yi, se escribe con K y G pronunciado como en inglés, demuestra el fin. Rubia artificial con cuerpo de fisiculturista, dotada de cierta gracia para la cumbia, confía sus sensaciones sexuales en sus canciones. Ya no es un familiar de un artista mexicano o del dueño de la cadena privada televisiva la que se impone. Es Colombiana con acento caribeño y sorprende haber logrado una convocatoria masiva, pues las radios nacionales y televisoras abiertas ni la toman en cuenta.


Hoy, el arte popular se escoge en un menú de plataformas de internet. Los comentaristas de empresas privadas superan toda oferta. Cada quien escoge su línea editorial y, sobre todo, los comunicadores que no esconden noticias o machacan una frase todo el tiempo.


Los jóvenes conocen a Corazón Serrano y otros grupos de cumbia peruana. Todavía se defiende Miami y la cadena mexicana: la argentina María Becerra se agrupa con los Ángeles Azules; delgadita, con el mismo acento caribeño; pero es una versión de un estilo iniciado por Flor Álvarez, una gordita con poca ropa, presentada como salida de un predio de autos usados utilizados como vivienda. Lleva un cilindro de bocina portátil en el metro de Buenos Aires para cumbiar, tiene ganas de hacerte el amor… pero el amor de su vida. ¡Qué lindo vivir la hipersexualización, al salir del monopolio de medios!

ESCRITO POR:

Antonio Mosquera Aguilar

Doctor en Dinámica Humana por la Universidad Mariano Gálvez. Asesor jurídico de los refugiados guatemaltecos en México durante el enfrentamiento armado. Profesor de Universidad Regional y Universidad Galileo.