MIRADOR
Carta a un presidente equivocado
Recuerdo al Alejandro Giammattei, director de presidios, explicando cómo era aquel horror carcelario o al candidato que concedía entrevistas —alguna de las cuales me tocó moderar— y planteaba con seguridad y firmeza determinadas acciones políticas. También al acusado —luego absuelto— que se refugió en la Embajada de Honduras frente a lo que consideraba una persecución política, incluso al escritor de Relato de una injusticia, quien documentaba lo que ocurría en el interior de una prisión. Personajes diferentes con un denominador común: criticar el sistema político-judicial que le tocó vivir y padecer. Lo lamentable es cuando se tiene el poder para cambiar las cosas y no solamente se permite que continúen, sino que se perfecciona la maldad. Usted Presidente era, posiblemente, el más indicado —por sus experiencias— para modificar algo que no estaba bien —y sigue sin estarlo— y algunas de cuyas puntas de icebergs mencionó en campaña. Recordará aquello de cerrar el Parlacén o disolver la SAAS, como dos ejemplos de mentiras emblemáticas.
' Lo lamentable es cuando se tiene el poder para cambiar las cosas y no solamente se permite que continúen, sino que se perfecciona la maldad.
Pedro Trujillo
Los presidentes suelen quedar prisioneros de sus lemas. El de “la mano dura” está encarcelado desde hace años y con un porvenir oscuro. Quien prometió ser “ni corrupto ni ladrón” juramentó su cargo escondido en un hotel pasada la medianoche. Aquel otro de que la “violencia se combate con inteligencia” fue condenado por su propia exesposa a duras vicisitudes: soledad, descrédito, procesamiento y abandono. Permítame que le refresque la memoria, porque usted dijo que no quería ser recordado como “un hijo de puta más”, y deduzca lo que ocurrirá. ¡Para qué seguir con los ejemplos!
Dese cuenta —si es que quiere pensar diez minutos en su futuro— que todo esto acabará y usted será una pieza más de un ajedrez desechable por quienes realmente gestionan el poder desde la sombra. Si cree que disfrutará en casa del amor de sus hijos, nietos, pareja o amigos, permítame que le somate el horizonte: eso no pasará. Al contrario, será sacrificado —como todos— en beneficio de aquellos que desean sustituirlo, y no crea que son pocos. Su actual entorno dejará de serlo el 15 de enero, o incluso antes, y lo que ahora consigue con una llamada dejará pronto de ser posible, porque nadie le atenderá el teléfono. Quienes dicen quererlo y ser sus amigos, tenga por seguro que tomarán derroteros muy distintos a los que usted puede imaginar ahora. Amigos, lo que se dicen amigos, solo aquellos que le ponen las verdades delante, a pesar de que pueda encolerizarse, porque la verdadera amistad está por encima de los sentimientos.
Tiene la oportunidad, no de cambiar —sería mucho pedir—, pero sí de recobrar la consciencia perdida e impedir que gentuza de su entorno siga enlodando el país y avocándolo a un futuro más miserable. Usted tiene hijos, aunque no es el único; pareja, pero tampoco es una excepción; y desea lo mejor para el país, justamente como todos sus compatriotas. Detenga el despojo político, social, religioso, económico y judicial que están llevando a cabo algunos de sus conocidos y consentidos.
Acepte o desconozca este mensaje —seguramente otros le han comentado lo mismo—, pero apueste por salir a tomar un café dentro de unos años y que al menos lo ignoren sin insultarlo; que sus hijos se sientan orgullosos de un padre con errores que supo tomar decisiones sensatas; que pueda dormir tranquilamente sin que la conciencia lo atormente. Le quedan años de vida o quizá meses —como a todos—, pero nada es comparable al horror de la soledad de unos minutos de introspección.
¡No sea kamikaze, el primero en morir —y muchas veces el único— es uno mismo!