El riesgo del argumento dicotómico
Cuando consideramos a una persona o a una administración buenas o convenientes, admitimos inmediatamente la injerencia.
Cuando consideramos a una persona o a una administración buenas o convenientes, admitimos inmediatamente la injerencia.
El ciudadano cree que el gobierno puede y debe proveerle “sus derechos”, muchos de ellos elaborados en grupos de trabajo y convertidos en tales.
Cada institución pública pareciera estar hecha para depredar, con estructuras sólidas construidas por años.
Lo que antes era normal: un beso, un abrazo, un gesto o una caricia, ha pasado a ser inexistente o inusual.
Si cree firmemente ser dueño de su destino, es en el único caso en que puede ejercer su libertad plenamente, al decidir sobre su propia vida.
Sociedades que no lucharon duramente por su independencia —incluso que les costó vidas— no han sabido digerir el grado de libertad que alcanzaron.
Esa disputa, pelea o diferencias entre el Vice y el Presi —o viceversa— no es más que la pantalla de una pregunta que evitamos respondernos.
Esto es una lucha de poder por la sobrevivencia de un partido que se acostumbró a incidir en política en el último quindenio.
Muchos no gustan de ejemplos como los de Venezuela —que así comenzó—, aunque también los hay en Chile e incluso en EE. UU.
Olvidamos potenciar a los bomberos, a la policía, al ejército, a la Conred y a otras entidades que intervienen en catástrofes.