catalejo
Cuando el sadismo y la perversión se unen
El nuevo retraso a la audiencia de Zamora constituye una prueba de sadismo y perversión de gente maligna y vil.
Jose Rubén Zamora Marroquín pasará encarcelado hasta el día del fin del período de Consuelo Porras y sus esbirros jurídicos. No me cabe duda. Es evidente la amalgama de sadismo y de perversión, además de burla a la ley en su fondo y su forma. Representan, porque así lo decidieron o fueron contratados para eso, una abyecta, despreciable y vil aplicación del poder del Estado contra un ciudadano. La última güizachada: este miércoles, el juicio fue retrasado con el fin de alargarle la prisión “preventiva” porque la audiencia debió ser suspendida a causa de la ausencia injustificada de otra sicaria legal: Leonor Morales, fiscal del Ministerio Público. Se compueba: el verdadero motivo de repetir el juicio, hace semanas, era hundirlo más tiempo en una mugrienta celda.
Mientras los sicarios jurídicos Porras y cómplices manden en el omnímodo MP, Jose Rubén Zamora estará encarcelado. Punto.
Hay muchas razones para despojar el título a Consuelo Porras (“doctora”, ¡¡¡por favor!!!) y los güizaches Rafael Curruchiche, Leonor Morales, Cinthia Monterroso, Fredy Orellana y Rodolfo Brenner, expertos en mala práctica jurídica. Si existiera el Tribunal de Honor del Colegio de Abogados, su veredicto de culpabilidad sería instantáneo y su expulsión para siempre. Me ofende escuchar a personas, algunos abogados, alabándola a ella y su banda delincuencial. Las venganzas contra los presos políticos se caracterizan por su crueldad y tortura, no necesariamente es física: puede ser mental, emocional, aterrorizante y afectan a veces sin remedio a todo el ser humano.
Es tortura medieval programar una audiencia, llevar al prisionero —de conciencia— para suspenderla porque a Leonor Morales no le dio la gana ir, o recibió orden de no hacerlo. Es descaro demoníaco cuando la fiscal general afirma no estar involucrada, olvidando las anteriores barbaridades: iniciar el caso por la denuncia de alguien sin credibilidad, quien obtuvo beneficios procesales; aceptar pruebas de descargo, acosar y amenazar a los seis abogados defensores, pero además no intervenir para sacar al prisionero de la ergástula (cárcel para esclavos) fría, oscura y húmeda donde era despertado a deshoras para interrogarlo, y amenazar sin piedad a su esposa, quien debió salir del país.
Todo eso es eliminación de la Justicia, no obstrucción, pretexto para las acusaciones. Todo eso también es resultado —a mi criterio, por ser evidente— del odio y de la venganza de politiqueros de la baja estofa de Giammattei y de Miguel Martínez, la dupla nefasta. Son obvias las causas para prácticamente decretar su muerte civil y convertirlos en parias por su rufianato deshonroso, despreciable, sin honor. Irónicamente, comprueba la fuerza de la libre emisión del pensamiento y del periodismo y es el fruto venenoso de haberle dado al más alto cargo del Ministerio Público la absurda categoría de poder omnímodo, absoluto, total. Lo peor: la población comprueba su temor de ser el sistema jurídico una farsa, por tanto imposible de confiar.
El periodismo guatemalteco tiene una vereda llena de cruces donde cayó la sangre de colegas y a sus orillas hay flores regadas por las lágrimas de viudas, hijos y padres, o familiares de desaparecidos, desde hace unos 80 años. A muchos los asesinó alguna tiranía, pero nunca había ocurrido un caso como este, meticulosamente planeado por sádicos y vengativos, con ayuda de delincuentes escondidos bajo inmerecidas y mancilladas togas. Nadie merece estas afrentas, ni las justifica algún error o mala acción profesional. El sexteto mencionado ya entró a la Historia por una sucia puerta trasera y condenó a sus parientes a una cadena perpetua de vergüenza y de dolor, por la deshonra al nombre heredado de sus padres, en un irrespeto causante de asco.