CATALEJO

EE. UU.: interminable telenovela electoral

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El proceso electoral estadounidense se convirtió este año en una verdadera telenovela tercermundista. El lunes, los colegios electorales declararon oficialmente ganador a Joe Biden y Kamala Harris, y cualquier persona sin obcecación se convenció de haberse llegado al capítulo final. Pero no. Todavía existe, en teoría, la infinitesimal posibilidad de un cambio en el resultado, contra la más elemental lógica, si un congresista y un senador presentan una moción escrita, que para ganar necesita de mayoría en ambas cámaras. Para colmo, la elección no será verdaderamente oficial sino hasta el 20 de enero, cuando finaliza el increíble período de Donald Trump, cuya caprichosa e infantil personalidad se manifestó de nuevo desde el 3 de noviembre, cuando comenzó a desprestigiar las elecciones con los ciudadanos participantes como voluntarios.

' Los republicanos, y también Biden, se enfrentan a la tarea de sanar heridas y regresar a la moderación de posturas, respectivamente.

Mario Antonio Sandoval

Muchos datos increíbles han sido mencionados, como los US$240 millones llegados del bolsillo de los seguidores de Trump, y cuyo uso no será revisado por nadie; el permanente ataque de este grupo dentro del partido –entre cuyos líderes históricos del pasado se encuentra Abraham Lincoln– y de políticos republicanos actuales cuya decisión fue negar la dura realidad de la derrota, aun si esto pone en riesgo la confianza popular en el sui géneris y poco inteligible sistema político estadounidense, y con ello afectar su ahora convaleciente posición de líder internacional. Senadores moderados y congresistas ya comenzaron a abandonar ese barco. Su persistencia fue una causa básica para provocar, una tras otra, las fácilmente deducibles derrotas legales del presidente.

Visto desde otro país, el sistema del Colegio Electoral está ahora debilitado con estos comicios sin precedente, a causa de la amarga división causada en Estados Unidos. La alternativa es desaparecer, para luego declarar las elecciones directas y representativas del voto popular, no de apenas 538 electores, o cambiar el insostenible criterio del todo o nada en la repartición de los votos electorales de cada estado para sustituirlo por uno proporcional entre los candidatos según el porcentaje de votos favorables, como ya ocurre en uno de ellos. Esa nación enfrenta el reto de admitir abiertamente que tiene un sistema indirecto de votación, porque el resultado del voto popular no importa, como quedó establecido en el 2016, con la llegada del hoy derrotado Trump.

Ambos partidos se encuentran en una encrucijada. Uno escogió a alguien irrespetuoso en todo, inexperto gobernante basado en emotivos y precipitados mensajes por Twitter. El otro, para complacer al ala exacerbada de la izquierda partidaria, escogió a una de sus representantes, porque no tiene la violencia verbal de otros. Biden necesita regresar al partido a una posición moderada, aunque esa equidistancia se haya movido hacia la izquierda. Los republicanos están obligados a regresar a ser miembros de un partido con ese nombre y abandonar el ala irracional representada por los seguidores de Trump y grupos violentos como los “Proud Boys”, apoyada sin ambages, con su silencio cómplice, por un hombre bisoño que no supo cómo debe actuar quien asume tan alto cargo.

No se sabe si los republicanos podrán reponerse de la derrota y los demócratas de la victoria, innegable pero con posibilidades de convertirse en pírrica, con más daños al vencedor. Biden debe pedir a su santo preferido que lo proteja de sus amigos, porque tiene más experiencia para hacerlo con quienes antes eran sus adversarios y hoy son enemigos, tal vez irreconciliables. Eso le significará tiempo y esfuerzo. Entre algunos de los derrotados se habla ahora –otra vez por reacción irreflexiva— de dividir al partido Republicano y crear uno “trumpista”. Fracasará, por carecer de base ideológica y solo ser un grupo de gente en la tercermundista posición de seguir a un autonombrado líder. Deberían conformarse: quedaron subcampeones en este rudo torneo de futbol político.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.