PLUMA INVITADA

El afán de autoritarismo que tiene Estados Unidos

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En todo el mundo, el autoritarismo va en ascenso y la democracia en descenso.

' Cuando la población pierde la confianza en estas instituciones, puede perder la confianza en la democracia misma.

Charles M. Blow

Un informe de 2022 preparado por el Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral reveló que “durante los últimos seis años, el número de países que avanzan hacia el autoritarismo es más del doble que los que avanzan hacia la democracia” y que casi la mitad de los 173 países evaluados estaban “teniendo descensos” en al menos un indicador de la democracia.

Estados Unidos no se salvó de esta tendencia. El informe reveló que Estados Unidos estaba “retrocediendo moderadamente” en su democracia.

Pero temo que ahora estemos al borde de apartarnos por completo de la democracia y de avanzar hacia una aceptación total del autoritarismo. Parece que el país está sediento de este y al parecer muchos estadounidenses están pidiéndolo.

La confianza en nuestras instituciones principales —como las escuelas, las grandes empresas, los medios noticiosos— está en su punto más bajo o cerca de este en los últimos cincuenta años, debido, en parte, al proyecto de derecha encabezado por Donald Trump que busca reducirla. De hecho, según un informe de Gallup del mes de julio, la confianza de los republicanos en diez de dieciséis instituciones medidas fue menor que la de los demócratas. Tres instituciones en las que la confianza de los republicanos superó a la de los demócratas fueron la Corte Suprema, la religión organizada y la policía.

Además, cuando la población pierde la confianza en estas instituciones (muchas de las cuales son fundamentales para mantener el contrato social que ofrecen las democracias), puede perder la confianza en la democracia misma. Entonces la gente le pierde el miedo a un candidato como Trump —quien intentó anular las elecciones presidenciales anteriores y hace poco dijo que si lo eligen la próxima vez, no será un dictador, “excepto por el primer día”— cuando creen que la democracia ya está descompuesta.

De hecho, algunas personas aceptan la posibilidad de deshacerla por completo y comenzar de cero con algo diferente, tal vez alguna versión de nuestro sistema político de una época en la que era menos democrático, antes de ampliar el conjunto de participantes.

En el nuevo libro de Tim Alberta, The Kingdom, the Power and the Glory, él explica que muchos cristianos evangélicos han desarrollado, en palabras del pastor derechista de la Convención Bautista del Sur, Robert Jeffress, una mentalidad “bajo asedio” que les ha permitido acoger a Trump, cuyo currículo decadente va en contra de sus valores establecidos. Les permite usar a Trump como una fortaleza en su lucha contra un Estados Unidos cambiante.

Este tipo de mentalidad les da autorización—o se hace de la vista gorda— a los impulsos autoritarios de Trump.

Y aunque quizás estos indicios autoritarios sean más visibles en la derecha, también pueden colarse en la izquierda.

Podríamos alegar también que el presidente Joe Biden, cuyo índice de aprobación va en descenso, está siendo castigado por algunas personas debido a que no es autoritario y, por lo tanto, no es capaz de gobernar por decreto: los conservadores obstruyeron muchas de sus iniciativas (protección al electorado, reforma a la policía, condonación de préstamos estudiantiles). ¿Habría podido pelear más en algunos de estos casos? Así lo creo yo. Pero al final, la legislación es competencia del Congreso y los presidentes están sujetos a restricciones constitucionales.

Sin duda, Trump es atractivo para quienes quieren un presidente que simplemente arrase con la burocracia, o al menos exprese su desprecio por ella y esté dispuesto a amenazarla.

Además, es probable que las oportunidades de Trump cuenten con la ayuda de la parte del electorado que subestima la utilidad del voto en sí. Todavía hay demasiados ciudadanos que creen que un voto, sobre todo para presidente, es algo que se le da a una persona que les gusta y no algo que se le otorga al candidato y al partido que tengan más probabilidades de impulsar las políticas que ellos necesitan.

Y hay demasiadas personas que creen que un voto debería negársele a un mejor candidato como castigo por no cumplirles todas las cosas de su lista de deseos, que la decisión de no votar es un acto acertado de protesta política y no es ceder el control a otras personas. El abstencionismo no empodera, castra.

Si queremos que una democracia prospere, la idea de que votar es una elección es por sí sola un espejismo. Votar es sobrevivir y la sobrevivencia no es una elección. Es una necesidad. Es un instinto.

Es una herramienta que usamos para el desarrollo personal y la autoconservación. Es un instrumento que usamos para disminuir las posibilidades de daño y aumentar las oportunidades de progresar. Es ingenuo usarla exclusivamente para avalar las características de una persona; no es que la conducta no importa (sí es importante), sino que su preponderancia es una idea falsa.

Votar no es solo una expresión de nuestra concepción del mundo, sino también una manifestación de nuestro empeño en la protección y la seguridad.

Y, por si fuera poco, como me dijo este fin de semana el representante demócrata de California, Ro Khanna, la coalición de Obama con la que contará Biden en 2024 está “bajo mucha presión” con el problema de la guerra entre Israel y Hamás, y esa coalición se puede arreglar con “una política exterior que se base en el reconocimiento de los derechos humanos”, los cuales incluyen “tomar con seriedad los llamados de cese al fuego neutral y a poner fin a la violencia”.

El martes, Biden advirtió que Israel está corriendo el riesgo de perder el respaldo de la comunidad internacional debido al “bombardeo indiscriminado” que ha realizado, pero el presidente todavía tiene que ratificar un cese al fuego.

Con los republicanos guiando al autoritarismo y sin una coalición de Obama íntegra que lo impida, nuestra democracia pende de un hilo.

 

©2023 The New York Times Company

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