PRESTO NON TROPPO

El hogar inseguro, el país pasmado

Es desconcertante el curso que siguen las cosas en este país cuando ocurre una calamidad pública. Aunque los “desastres naturales” no existen realmente, pues las manifestaciones de la naturaleza nunca son desastrosas —lo desastroso es la reacción humana a dichos fenómenos—, ciertamente movilizan de diferentes maneras a diversos sectores de la sociedad. Los activistas y los rescatistas voluntarios se ponen en marcha. Los políticos aprovechan la coyuntura para hacerse propaganda, anunciando su supuesta preocupación por ayudar a los afectados. Los comerciantes, ávidos de vender más mercadería, ofrecen trasladar artículos de primera necesidad —con la marca de su empresa por supuesto— si sus clientes los compran y los donan a la causa. Los artistas regalan su trabajo, cuadros y esculturas a subastar, conciertos para recaudar fondos.

A cambio, si el desastre consiste en 56 niñas que se queman en el incendio de un hospicio, la mayoría de las cuales mueren en ese momento o poco después, el asunto no pasa de causar revuelo e indignación temporal entre quienes se rasgan las vestiduras ante el siniestro. Transcurridos dos años de aquello, ¿a quién le interesa hacer algo al respecto, aparte de algunos familiares que todavía buscan justicia e incluso tienen que soportar señalamientos ofensivos e intimidatorios? Y es que… intencionalmente hacer arder en llamas a un grupo de chiquillas en un “hogar seguro” que se supone debe acogerlas y protegerlas… en definitiva eso no es un desastre natural. Es un absurdo, una vergüenza, un crimen, atroz e incalificable.

' Ante tal atrocidad, el arte debe alzar su voz, en permanencia y en todas sus expresiones.

Paulo Alvarado

No duele solamente la actitud de indiferencia de las autoridades, que evidencia su responsabilidad y su complicidad en la inmolación de las jovencitas. Lo que hiere profundamente la humanidad es la abierta hostilidad de quienes se atreven a atribuir semejante desgracia a las propias víctimas y a sus parientes. Es el inveterado descaro de aquéllos y aquéllas que ponen el grito en el cielo cuando ven perjudicados sus intereses mezquinos y sus privilegios mal habidos, pero parecen incapaces de entender el origen de sus prejuicios contra quienes no les merecen el menor respeto. Claro, el problema comienza con la condición de mujer, objeto de sorna hasta por parte de otras mujeres. Sin posibilidades económicas, obviamente. De origen indígena, para terminar de amolarla.

Encima, se acogen a la pretendida caridad estatal, qué desperdicio de recursos. De seguro esas niñas eran delincuentes, como las que han sido violadas y asesinadas so pretexto de que eran guerrilleras, prostitutas o, simplemente, por tontas y haraganas. Que dejen de valerse de instituciones de beneficencia, que se pongan a trabajar —en labores “propias de su sexo” naturalmente—, que se regresen a sus pueblos, que no perturben la paz de quienes por derecho divino han heredado una mejor suerte. Inverosímil, pero cierto.

Lo acontecido en el proclamado Día Internacional de la Mujer, oh ironía, un 8 de marzo de 2017 en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, no es como para que sigamos asombrados, ni atolondrados, ni inertes — que todos ésos son adjetivos equivalentes de… pasmados—. Exige acción concreta. Esa acción se inicia con la toma de conciencia, sin hipocresías y, ciertamente, sin más crueldad ni más estupidez. Aquí es donde es necesario que alce su voz el arte, en permanencia y en todas sus expresiones. Las consignas son claras: no perder la memoria, no acomodarse, no desesperar, no imaginar que las soluciones vendrán de una instancia intangible y superior. No participar únicamente porque es moda y visibilidad. No desestimar el potencial de los artistas.

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