LA BUENA NOTICIA
El juicio del rey
En el evangelio según san Mateo, Jesús hace una descripción imaginaria de cómo él juzgará a la humanidad. Anuncia que vendrá en gloria, en una nube radiante, acompañado de una multitud de ángeles y se sentará en su trono. Es el soberano que llega en solemnidad, con toda la pompa propia del mismo Dios. Luego se sienta para juzgar. Ante su trono se congregan todas las naciones, toda la humanidad. La escena alude a un acontecimiento de alcance universal. La descripción no dice si esas personas son las que estarán vivas al momento en que ocurra esa venida o si la multitud congregada incluye también a los muertos que han resucitado para comparecer ante el rey. La comprensión cristiana ha sido siempre que se trata de toda la humanidad: vivos y muertos resucitados. La escena es audaz. Jesús declara ser la persona ante quien se mide y se juzga el logro o fracaso de la historia humana.
' La responsabilidad moral del ejercicio de la libertad en última instancia se refiere a Dios.
Mario Alberto Molina
El juicio ocurre de la manera más sumaria. No se presentan cargos; no se debaten responsabilidades; no se pronuncian discursos de defensa. El rey, de manera intuitiva, como quien conoce la vida de cada individuo ante él, separa a la multitud en dos grupos y los coloca uno a la derecha y otro a su izquierda. El rey dicta sentencia. Primero se dirige a los de la derecha en tonos de felicitación y encomio. Los invita a entrar en posesión del reino de su Padre, es decir, el reino de Dios. La causa de ese merecimiento son las obras de servicio y socorro que esas personas le prestaron al rey en su indigencia. Le dieron de comer cuando tenía hambre, lo acogieron cuando migraba, lo visitaron cuando estaba enfermo. Las personas del grupo quedan perplejas; no tienen idea de cuándo prestaron esos servicios al rey. El rey les contesta que cuando lo hicieron con “el más insignificante de mis hermanos”, él recibió el servicio en persona.
Luego el rey se dirige a los que están a su otra mano, y los maldice y censura por haber omitido la prestación de todos los servicios con los que las personas del otro grupo sí lo habían socorrido en su necesidad. Estos, como si no hubieran escuchado las explicaciones dadas a los del otro grupo, preguntan a su vez cuándo omitieron el servicio. Y el rey les contesta: cuando se desentendieron “de uno de aquellos más insignificantes” en su indigencia y necesidad. Jesús, el narrador del relato, concluye que estos últimos fueron al castigo eterno y los otros “justos” a la vida eterna. La impresión que queda en el lector es que los dos grupos son poco más o menos semejantes en tamaño. Y eso modera optimismos ingenuos sobre nuestro éxito como humanidad.
El relato enseña varias convicciones cristianas. La responsabilidad moral del ejercicio de nuestra libertad en última instancia se refiere a Dios. La conciencia de toda persona se abre a la trascendencia, a Dios. Uno puede cegar y obturar esa apertura, pero no eliminarla. También enseña que cada persona construye su historia de vida según la calidad de las decisiones de su libertad y el resultado final puede ser de fracaso y frustración o de logro y plenitud. Basta mirar alrededor para ver modelos de uno y otro final. En este relato, el juicio versa sobre la caridad con el prójimo necesitado; pero en otros pasajes bíblicos, el juicio versa sobre la calidad moral de la conducta o incluso sobre su responsabilidad en el desempeño de su vocación y trabajo. Finalmente, esa ignorancia que uno y otro grupo manifiesta acerca de cómo sus acciones u omisiones afectaban directamente al rey en realidad es la nuestra ahora. De ese modo Jesús revela el valor de culto de toda obra buena y de toda acción moralmente recta y el carácter sagrado de toda persona con quien él se identifica.