Pluma invitada
El metro de Gaza y las verdades que se ocultan
La verdad puede no gustarnos.
Si convenimos que la Organización de Naciones Unidas (ONU) se fundó para mantener la paz y la seguridad en todo el planeta, parece que ha sido un gran fracaso, ya que ahora, 78 años después de su fundación, la ONU se involucra con la niñez, la agricultura, la educación, los fondos marinos, el Banco Mundial, la Corte Penal Internacional, el Fondo Monetario Internacional, la Energía Atómica, el Desarrollo Industrial y un largo etcétera, menos con la Paz en el Mundo. La ONU, para alcanzar sus objetivos (?), mantiene 37 mil empleados, con sueldos que oscilan entre 80 mil y 123 mil dólares. El secretario general y los altos funcionarios ganan mucho más, a lo que hay que agregar muchas prebendas con las que contribuyen a consumir anualmente 3,400 millones de dólares. Eso sí, para evitar las guerras no han servido de nada.
Tristemente, hoy el mundo está pendiente y temeroso de lo que sucede en el Medio Oriente, otro conflicto armado que amenaza con extenderse, lo que podría ser lamentable para los implicados, para todos los vecinos o el mundo entero. Lo terrible de esta guerra es que se libra en una de las regiones más pobladas del mundo y que se complica, ya que debemos recordar que los terroristas de Hamás, en Gaza, están en la profundidad de la tierra, en una serie de túneles que van de 30 a 70 metros bajo la superficie, con un largo de 500 kilómetros. Por lo que los enfrentamientos son en la superficie y bajo tierra.
Esa red subterránea se ha venido construyendo desde hace 26 años, cuando Hamás llegó al poder gracias al voto de los palestinos, que ahora sufren lo que es la guerra, ya que ellos fueron los que eligieron a la banda de terroristas llamados Hamás para gobernar. El tal “Metro” es una red de búnkeres y pasajes subterráneos de dos metros de alto por dos metros de ancho reforzados con concreto, a donde debe llevarse energía eléctrica, agua, comunicaciones y oxígeno. Esa inmensa red está construida por debajo de escuelas, hospitales, barrios multifamiliares, etc. Las dimensiones de ese inmenso hormiguero bajo una superficie de un territorio de apenas seis kilómetros de ancho por 40 de largo son para asombrarse. Su costo: miles de millones.
En Occidente debemos apoyar incondicionalmente la legítima defensa de Israel ante los ataques sufridos.
El laberinto no se construyó para dar refugio a los gazatíes en caso de una guerra o gran catástrofe ni para almacenar alimentos, medicinas, agua o cualquier vitualla esencial para los humanos en refugios antiaéreos. Tan gigantesca construcción se hizo, primero, para el contrabando desde Egipto y, luego, para almacenar armas, equipos de guerra y tener refugio para los terroristas, cuya única razón de ser es destruir, en primera instancia, al Estado de Israel y, luego, al cristianismo en todo el mundo. Están atados al fatalismo sobre la vida y la muerte. Esta hostilidad fanática viene del siglo XVI, con la expulsión de los musulmanes de la península Ibérica.
Algunos no aceptarán esta verdad, pero las pruebas son más que evidentes. Nos cuesta comprender porque nuestros valores occidentales nos impelen a buscar la vida, la felicidad, el amar y ser amados, a compartir respetando las opiniones y creencias de los demás. Los islamistas, en su fanatismo, no creen en el amor o la vida; creen en la muerte, siguen lo que sus guías, desde Catar, les ordenan, aceptando que es una orden divina, con la promesa de que, al morir, en el paraíso se les concederán 72 vírgenes (huríes) para su deleite.
En Occidente debemos apoyar incondicionalmente la legítima defensa de Israel ante los ataques sufridos