MIRADOR
El rector y la tricentenaria Carolingia
El proceso de elección de rector de la única —y por tanto monopólica— universidad estatal refleja, nuevamente, lo que se cuece dentro de sus muros. Lejos de ser una pugna por elegir al mejor académico —aspiración principal entre los objetivos de cualquier universidad— se lucha por colocar a alguien que satisfaga diversos intereses grupales. El debate no es diferente al que se tiene en la sociedad, y al que nos quieren someter los reduccionistas: “corruptos y no corruptos”, sin advertir que la descalificación polariza y orilla la búsqueda de soluciones.
' Guste o no a los violentos encapuchados solo hay una forma de salir del agujero, y pasa por sacar la política de las universidades.
Pedro Trujillo
El problema —lo acepten o no los sancarlistas— es que la USAC es un botín único, peculiar y provechoso. Un presupuesto anual de cientos de millones de quetzales y una enorme capacidad de incidencia política, permite que quien la lidere, y el resto de secuaces, puedan rentabilizar su influencia en muchas áreas trascendentales del país, como han venido haciendo. No conozco universidades en el mundo con este poder ni mucho menos que cuenten con iniciativa de ley, ignorando en qué principio democrático se puede sustentar tal privilegio legislativo.
La USAC ha venido en decadencia, con varios rectores procesados judicialmente y oscuros personajes señalados alrededor de historias diversas. El declive de la única universidad estatal es un hecho patente e incuestionable que debería avergonzar a quienes se formaron en sus aulas con calidad académica de primer orden, aunque hace tiempo. En su campus ha habido violaciones, abusos, drogas y asesinatos, sin que el “sancarlismo” se haya rasgado las vestiduras ni hecho lo suficiente por cambiar. Edificios mediocres, salones deteriorados, aulas de tercer mundo y tecnología obsoleta o ausente, por no hablar de deprimentes zonas dedicadas a la comida, o de los parqueos. Añadamos los bautizos anuales que denigran a muchos estudiantes, la venta de drogas en su interior o el acoso sexual. Sumemos la reticencia para integrarse al sistema de control financiero del estado o los dispendios económicos de sus jerarcas, y finalicemos con la nula voluntad por cambiar y ser una verdadera universidad, así como la facilidad para adaptarse a las mafias predominantes en el país, bajo el argumento de la “autonomía universitaria o la lucha social”.
Guste o no a los violentos encapuchados solo hay una forma de salir del agujero, y pasa por sacar la política de las universidades. Es necesaria una reforma constitucional para que ningún decano o rector —de cualquier universidad— forme parte de comisiones políticas. La universidad debe de dedicarse a la enseñanza, la investigación y la producción académica, lo demás hay que dejarlo para otros. Es igualmente imperioso que los centros regionales se conviertan en universidades autónomas y el número de alumnos de cada uno de ellos sea el que defina su presupuesto, y no el capricho o la decisión centralizada; hay que promover la competencia de la enseñanza superior pública en lugar de justificar el monopolio existente, y becar a los alumnos para que elijan donde invertir su beca, en vez de entregar el presupuesto al monopolio educativo.
Tenemos muchos problemas, uno de ellos y muy importante es el funcionamiento de la USAC, y no lo cambiará ningún rector sino la desconecta del sistema político, lo demás es oportunismo del momento electoral. Quién quiera ser rector, decano o profesor debe competir —meritocracia— y presentar sus evaluaciones, conocimientos, publicaciones, historial y prestigio. De lo contrario, como ocurre en todas las instituciones públicas, seguiremos eligiendo al que mejor cae, más ruido hace o más redes mafiosas construye.
¿De verdad queréis luchar sancarlistas?, pues ya sabéis donde dar la batalla, en lugar de esconderos bajo una capucha y ejercer el vandalismo.