CATALEJO
El valioso trabajo de los historiadores
Los hechos cotidianos son los ladrillos del edificio de la Historia. Permiten la emoción, esa fuerza humana caracterizada por su poca serenidad, y en estos tiempos toca a la prensa recogerlos, con lapsos cada vez menores, ahora instantáneos. Por eso el periodismo –sobre todo el político— escribe a la carrera esa Historia y en eso radica su importancia, fuerza, aceptación o rechazo. El aumento de la velocidad de divulgación implica la posibilidad de errores o de no tomar en cuenta factores cuando no son evaluados en sus consecuencias. Las noticias y comentarios independientes son objeto del ataque irreflexivo e irracional de quienes los hacen sinónimo de “feicniús”, un término necesario de ser españolizado, al haber emergido en el léxico político internacional, luego de surgir del inglés.
' Independientemente de su criterio propio, los historiadores de hoy deben esforzarse en analizar con serena y equidistante valentía.
Mario Antonio Sandoval
El miércoles comenzó el nuevo gobierno estadounidense. Luego del ataque extremista del 6 de enero, Washington se convirtió en una ciudad militarizada, como clara advertencia a todos los grupos de civiles fanáticos armados hasta los dientes gracias –entre otros motivos– a la forma laxa, floja de las leyes respecto de la libre adquisición de armamento similar, si no igual, al utilizado por el Ejército. Por eso me alegró la realización de un cambio normal, aunque sui géneris. Terminó la etapa histórica de Trump y dio comienzo la de Biden. Seguirán las críticas por las revelaciones del accionar del expulsado mandatario y se iniciará la necesaria vigilancia respecto del nuevo presidente.
Los historiadores dispondrán de poco tiempo, según la perspectiva tradicional de su tarea. De nada servirían libros publicados dentro de varios años, tanto en torno a Trump como a Biden. Estos investigadores tendrán el apoyo de analistas, ensayistas, periodistas y comentaristas. Por ahora, lo urgente es reencauzar a Estados Unidos en un camino siquiera en algo diferente, para permitir a sus aliados y sus enemigos entender cómo funciona el sistema electoral, pero en especial cuáles cambios son necesarios para evitar la repetición de lo ocurrido. El nuevo mandatario debe emplear su experiencia y convencer a su vicepresidenta de la necesidad de ser firme pero no extremista, por ser esto la principal de las críticas republicanas y de los temores de los demócratas serenos.
Una sólida razón para actuar con serenidad y seriedad es la edad promedio de ese país, situada en poco menos de 40 años. Esta juventud significa ilusión y exigencia de cambios, pero al mismo tiempo una posición dura y severa contra las acciones políticas causantes de daños al medioambiente, por dar solo un ejemplo. Aquí no tiene cabida un simplista criterio ideológico, porque en el mundo puede terminar de afianzarse esa espiral nefasta y mortal causada por la deforestación, el daño al aire, al agua. Es ciencia, nada más, y sobre esta base se deben adaptar los criterios para calificar la corrección o incorrección de la actividad humana. No es este el lugar de análisis profundo al respecto, pero aceptar las bases fundamentales de este criterio es un paso básico en la dirección correcta.
En Guatemala también es fundamental la labor de los historiadores, quienes aunque mantengan sus propios criterios personales políticos e incluso históricos, no deben involucrarse en interpretaciones y valoraciones extremistas de los hechos nacionales y su interrelación con los foráneos, de una importancia mucho mayor a causa de las realidades nacionales de hoy, cocinadas desde hace muchas décadas. Se debe aceptar ese elemento fundamental para entender por qué ocurren los hechos cotidianos llamados a ser históricos, comprenderlos y conocerlos a fin de evitar su repetición, profundización y aumento. Los historiadores deben ser bien intencionados y valientes, porque actuar de otra forma causa efectos posteriores casi siempre imposibles de borrar.