DE MIS NOTAS

Fumando espero

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“Fumando espero la muerte que no quiero”, podría ser el eslogan del día mundial del tabaquismo, a celebrarse en un par de meses en todo el planeta. Viene a mi memoria esa letra por el famoso cuplé de Sarita Montiel cantado hace cuatro décadas: “fumando espero al hombre que yo quiero”.

La primera oración está atiborrada de verdad. Esperemos la muerte mientras fumamos… Derechito al ataúd, sin pasar por home. Es decir, nuestro hogar, el que abandonaremos por haber sido incapaces de dejar el hábito.

Me acuerdo del día que lancé la última chenca por la ventana del automóvil. “Papi, fumar es malo” —exclamo mi hijo Stefan, de apenas 4 años, mientras me observaba encender un cigarrillo. “Sí, hijo, tienes toda la razón”, le contesté, y en un arranque de iluminación, con cierto dejo de rabia por la insistencia del chamaco, que no era la primera vez que me lo decía, me invadió una ola de inspiración que hasta el día de hoy perdura.

¿Cuál es esa fuerza misteriosa que penetra el juicio, invade el corazón y motiva al alma a dejar un hábito tan penetrante e invasivo? ¿Por qué unos pueden dejarlo y otros no? ¿Será tan simple como decir “falta de fuerza de voluntad”? Yo opino que es simplemente “falta de voluntad”. O sea, no queremos dejarlo, pues.
Un vicio capaz de desestimar el consejo médico, desoír la vocecita interna y hasta enfrentar la muerte con tal de gozar un placer efímero y pasajero debe poseer una cualidad intrínseca infernal y diabólica. Es mi tesis.

Si no, veamos lo que está pasando en México, donde Don tabaco se lleva una persona a la muerte cada 10 minutos por complicaciones vinculadas con el cigarrillo. Esto significa 147 personas al día y más de 53 mil hombres y mujeres, padres de familia, hijos e hijas, con nombres, apellidos y rostros, al año.

Solo en Brasil, el mayor exportador de tabaco del mundo, mueren precozmente al año cerca de 200 mil personas por el tabaquismo. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, cinco millones de personas fallecen anualmente en el mundo por culpa del tabaco.

Se mueren más personas por el tabaco que por guerras. Es la segunda causa de mortalidad en el mundo. Y si continuamos con los mismos patrones, para el 2020 serán 10 millones de personas las que morirán cada año. La mitad de los 650 millones de personas que hoy en día fuman estarán bajo tierra por causa del tabaco. ¿Fuerte, no?

No es por guerras o revoluciones. No es por hambre, ni por falta de medicamentos. No es la tierra, o la escasez de alimentos. Tampoco es por desempleo o enfermedades ordinarias. Es por el pinche tabaco llevándose precozmente a la tumba a cinco millones de personas cada año. Y va en aumento…

El impacto económico del tabaquismo es devastador. Un reporte del 2019 estimó en más de un billón de dolares al año. Es fácil entender la razón de esto. En adición a los altos costos públicos de salud por tratar enfermedades ligadas al tabaquismo, el tabaco mata a las personas en el pico de sus vidas productivas, privando a familias de los “generadores de sustento”.

Conozco a una persona cuya muerte la precipitó un enfisema infame que le robó la oportunidad de vivir algunos años más con sus hijos y nietos. Mi padre.  Y tengo queridos amigos que aun mientras escribo esta columna desoyen el consejo obstinadamente. Parecen estar fascinados y en sintonía con el famoso cuplé: “Fumando espero la muerte que no quiero…”

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.