ALEPH

La calidad educativa y el valor del esfuerzo

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¿Si la educación, en Guatemala, hubiera sido de calidad, universal y sostenida durante las últimas décadas, tendríamos funcionarios públicos que plagian tesis o compran títulos para hacerse de un cargo de poder? ¿Una educación con estas características habría neutralizado las violencias o la penetración del pacto de corruptos a todos los niveles del Estado? Nunca lo sabremos.

' Hay que sacar a los corruptos del Ministerio de Educación, sindicatos incluidos.

Carolina Escobar Sarti

Imaginemos tener una hija que, de niña, sueña con ser doctora. Sabiendo que los desvelos son muchos y los libros enormes, no la forzamos demasiado y le exigimos lo mínimo. Total, la vida no es para frustrarse ni traumarse. En muchas escuelas y colegios también han bajado el nivel docente y la calidad educativa con el fin de hacer aprobar a la mayor cantidad de estudiantes, y así agradarnos a los padres, que, invariablemente, creemos que nuestros hijos son unos genios.

En cada grado la niña ha acumulado manojos de medallas y diplomas que incluyen una por ser la más simpática de la clase. Cuando la joven hace la prueba para entrar a la Universidad, por supuesto, la pierde, aunque esta haya sido realizada en un centro de estudios superiores cuya calidad educativa deja mucho que desear. Los padres no entienden por qué no ganó, si su hija nunca había perdido un año escolar y tenía tantas medallitas. No entienden que no sirvió mover tantas veces la portería para que pareciera que la hija sí había metido un gol.

La cultura educativa ha cambiado en muchas partes del mundo. Y no para bien. No digamos en una Guatemala donde, a diario, nos topamos con chicas y chicos de 17 años que no saben leer ni escribir. Adolescentes que, por generaciones, se han hecho “mayores de edad” sin haber tenido nunca una nutrición adecuada o haber escrito y leído su nombre en un papel. Aquí la ignorancia ha sido una política de las élites de poder por siglos, pero también lo es que, en las últimas décadas, ha bajado la calidad educativa a niveles de vergüenza. Incluso en algunos “coles” privados se les exige menos esfuerzo y menos razonamiento crítico a niñas y niños, mientras se premia a los listos y se hace burla del que se esfuerza y trata de hacer las cosas lo mejor posible. Imaginemos en las escuelas públicas, casi siempre abandonadas y sin docentes idóneos, con niñas y niños que llegan sin siquiera haber desayunado. Una tragedia. Que conste que no estoy diciendo que necesiten más tareas, sino mejor calidad educativa para fomentar pensamiento crítico, mejores docentes, menos sindicatos, y padres que entiendan su función de formadores.

Toda esta pseudoeducación se hace con el fin de que niños y niñas sean más felices, que aprueben más rápido los grados y así obtengan un buen empleo. Movilidad social que, idealmente, debería amarrarse también a una intención de sacar al país del insondable agujero negro en que hemos estado. Para eso hay que transformar el Sistema Educativo radicalmente (de raíz); hay que sacar a los corruptos del Ministerio de Educación, sindicatos incluidos, y comprometer a toda una sociedad en la tarea de largo aliento de educar a las nuevas generaciones.

La insatisfacción humana es uno de los motores más potentes para trazarse metas y esforzarse. Sin embargo, cada vez más, hay niños y niñas que no necesitan hacer casi nada para satisfacer sus necesidades, porque las teorías buenistas dicen que el esfuerzo puede traumarlos. Hábitos sanos desde la infancia; exigir lo que se pueda según la etapa de desarrollo, sin ejercer violencia; subir el nivel de la calidad educativa y aplicar pruebas de idoneidad a maestros, elevando también el nivel de formación docente; poner en el centro de la agenda del Estado la educación de la niñez y adolescencia, como mínimo.

Cierro, citando al comediante Diego Capusotto: “Siempre se dice que la mejor manera de combatir la pobreza y la violencia es con educación. Lo que nunca se aclara es si la educación la deben recibir los pobres para seguir siendo pobres pero con buenos modales, o si también la deben recibir los que hacen que haya más pobres, para empezar a preocuparse para que no los haya”.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.