LA BUENA NOTICIA

La Cuaresma

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El miércoles pasado comenzó la Cuaresma. La palabra está asociada en la mente de muchos de nosotros con procesiones de imágenes de Nazarenos y Sepultados, Dolorosas y Magdalenas; con los incontables cucuruchos que hasta pagan el turno para cargarlas, acompañados de los solemnes compases de las marchas fúnebres. Quizá simultáneamente la palabra también trae a la memoria las ventas de comida a lo largo de los recorridos de las procesiones y alrededor de las iglesias de donde salen y llegan. Cuaresma es tiempo de saborear garnachas y enchiladas, chuchitos y pepián, paches y chiles rellenos, molletes y plátano en mole. En otras mentes, las de quienes se fijan más en la dimensión espiritual de este tiempo, la palabra evoca pensamientos de penitencia y rigor; es tiempo de ayuno y conversión, de viacrucis y confesión de pecados. Es tiempo de ejercitar la caridad y la solidaridad con el prójimo. Posiblemente algunos hasta sabrán que la Cuaresma no tiene sentido en sí misma, sino que es un tiempo de preparación para la celebración, en la Semana Santa, de los acontecimientos que fundaron la fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo.

' La muerte no es muro infranqueable, sino paso hacia la vida en plenitud.

Mario Alberto Molina

La institución de la Cuaresma se remonta a tiempos antiguos en la historia de la liturgia y la espiritualidad cristianas. En el siglo IV ya tenía la forma básica con la que la conocemos actualmente. Se trata de un período de cuarenta días de preparación antes de la pascua. Originalmente tenía dos propósitos: ofrecer un tiempo de ayuno y penitencia a los bautizados que necesitaban reconciliarse con Dios y con la Iglesia a causa de pecados graves cometidos después del bautismo, de modo que pudieran integrarse plenamente al culto y los sacramentos el día de Pascua. El otro propósito era permitir la preparación final de los adultos que solicitaban los sacramentos de la iniciación cristiana, que recibirían también en Pascua, y de este modo integrarse a la comunidad de los creyentes. Si las procesiones y los cucuruchos son la forma popular y visible de la Cuaresma, gestionada con mucha autonomía por los laicos adscritos a hermandades y cofradías, los sacerdotes y párrocos nos esforzamos por promover entre los fieles la actitud de conversión y crecimiento espiritual a través de la liturgia, las charlas, retiros y tiempos de oración y reflexión. La Cuaresma es un tiempo de gracia para crecer en santidad.

En la espiritualidad católica, la Cuaresma es la ocasión oportuna para superar el Adán que habita en nosotros e identificarnos con Jesús a través de la fe y de los sacramentos. Adán y Cristo son los dos personajes que configuran la identidad del pecador creyente. Adán es el prototipo del hombre que pretende vivir al margen de Dios, autónomo frente a Dios, dispuesto a decidir sobre el bien y el mal para su vida. Pero que descubre, en la experiencia de la muerte, que esa autonomía es imposible para quien no se ha dado a sí mismo la existencia, sino que la ha recibido de Dios. Cristo, por el contrario, es el hombre que, puesto a prueba en su identidad de Hijo de Dios, supo vencer las propuestas satánicas de utilizar su poder en beneficio propio y manifestó que el único modo de realizar su condición de Hijo de Dios consistía en acoger en gratitud la obediencia a la voluntad de su Padre Dios.

La Cuaresma nos conduce a la Pascua. Es tiempo para celebrar que, si nos hemos visto implicados en acciones que destruyen a quien las hace y a quien las padece, hay de parte de Dios perdón rehabilitador. Es también tiempo para agradecer que hemos sido liberados de la muerte como destino terminal de la existencia. En Cristo y con Cristo la muerte no es muro infranqueable, sino paso hacia la vida en plenitud.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.