LA BUENA NOTICIA

La sal y la luz

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Entre las enseñanzas memorables de Jesús están aquellas en las que conmina a sus discípulos a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”. Con las dos imágenes describe la misión que sus seguidores de entonces y de ahora deben desarrollar en relación con el resto de la humanidad. Con la imagen de la sal inculca la responsabilidad que tienen de dar sabor al mundo, sabor cristiano, sabor de evangelio. Con la imagen de la luz describe la notoriedad y visibilidad de la misión. La luz se enciende para ponerla en un lugar alto, de modo que ilumine a todos los de la casa. Y una ciudad edificada en lo alto de un monte es fácilmente visible desde la distancia. Los discípulos son sal y luz por medio de las buenas obras que hacen, aunque de inmediato no queda claro cuáles sean esas buenas obras.

' ¿Cómo han vivido las personas cuyas vidas nos han motivado a dar gloria al Padre del cielo?

Mario Alberto Molina

Pero la notoriedad con que los discípulos realizan sus buenas obras debe ir acompañada del propósito de que quienes los vean no fijen su atención en ellos para tributarles alabanzas, aprobación o elogio. Aunque deben hacerse ver, aunque sus obras deben ser admiradas por todos, aunque su tarea tenga incidencia en la sociedad como para “darle sabor”, deben actuar de tal manera que quienes los vean dirijan la mirada a Dios. Aunque lo que hacen debe ser visible y debe tener incidencia, ellos mismos deben ser invisibles para que se haga visible Dios. En palabras de Jesús: “para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre que está en los cielos”.

¿En qué consisten esas buenas obras que dejan ver a Dios y consienten que sus autores se vuelvan invisibles a quienes las miran? A lo largo de la historia de la interpretación de estos versículos, los intérpretes han identificado las “buenas obras” con una gran variedad de acciones y propósitos. Pero podemos obtener una respuesta concreta y no teórica si nos hacemos la pregunta: ¿quiénes son hombres y mujeres que más claramente nos han motivado a dar gloria al Padre del cielo por sus vidas?

Vienen a la mente los mártires, que prefirieron morir que renegar de Dios y de Jesús en quien habían encontrado sentido de vida y plenitud. ¿Quién es ese Dios por el que hay alguien dispuesto a morir antes que negarlo? O aquellos otros mártires tan íntegros en su responsabilidad moral ante Dios, que prefirieron que los mataran antes que serle infieles. Entre ellos, los Diez de Quiché, cuyo martirio durante los aciagos años del conflicto armado acaba de reconocer el Papa Francisco. También vienen a la mente los nombres de aquellos otros que, como san Francisco de Asís, renunciaron a todo bien y a toda riqueza temporal y mundana, pues solo Dios y el Evangelio de Jesús les bastaban para dar consistencia a sus vidas. O los nombres de aquellos otros que, como santa Teresa de Calcuta, se despojaron de todo para servir por amor a Dios a aquellos en quienes la dignidad humana apenas era visible en el estado de descarte y desprecio en que vivían. Ellos, y otros como ellos, vivieron, actuaron y murieron para dar gloria a Dios con su vida y con su muerte. Ninguno de ellos consideraría justo que nos detuviéramos en sus personas, sin ver al Dios por quien vivieron y murieron. Ellos, con su vida, con su conducta, con sus obras, con su muerte nos obligan a pensar en Dios y a darle gloria.

Cada época y cada cultura crean las condiciones que determinan qué obra y qué palabra puede conducir a quienes la vean o la escuchen a dar gloria a Dios. Quizá en estos tiempos de desconcierto e incertidumbre, los discípulos de Jesús suscitarán la gloria de Dios cuando sus palabras y obras ayuden a otros a encontrar sentido de vida y alegría, y hagan surgir la esperanza y abrir horizontes de plenitud.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.