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La salud en Guatemala, un lujo

La salud es un derecho y la dignidad una condición de trato para toda persona enferma.

Una mujer de 72 años sufre un accidente automovilístico el miércoles santo. No pertenece a una familia en situación de pobreza extrema, pero tampoco puede pagar un hospital privado. En el hospital público (la familia me pide no dar el nombre) le hacen rayos X tras horas de espera. El diagnóstico: cuatro fracturas. Le dicen que no la pueden operar hasta una semana después, porque hay muchos pacientes en espera, no hay suficientes materiales para la operación y tampoco están los cirujanos.

En el corredor del hospital, la gente pasa al lado de un cadáver que se ve tan solo, que se arruga el corazón de imaginar una muerte así. Otros llevan en camillas horas e incluso días. Un médico que, supuestamente, debe atender a los pacientes y a las familias, se ha pasado viendo su celular. Alguien pide una botella de agua para otro paciente que no ha sido atendido durante más de tres horas, y le dicen que no hay suficiente agua, porque los proveedores no llegan en esas fechas. Ojalá fuera un caso aislado, pero esto sucede todos los días en casi todos los hospitales públicos del país, incluso en aquellos sostenidos con nuestras cuotas del seguro social.

La salud es un derecho y la dignidad una condición de trato para toda persona enferma. Sin embargo, en Guatemala, enfermarse y no tener dinero es, generalmente, una experiencia traumática. El factor humano, la vocación y la ética son claves. Hay médicos y enfermeras que se deshumanizaron y tratan a los pacientes y sus familias peor que a animales, mientras esperan el próximo salario; están, también, quienes son parte de la corrupción en todos los niveles del sistema y a quienes la salud les importa un carajo, como aquellos que no llegan a trabajar pero cobran un salario; y los mal pagados y explotados con turnos extras, que sí tienen vocación, pero están agotados. Dar buen trato, buena medicación y alimentación, actuar preventiva y oportunamente, contar con ambientes limpios y agradables, brindar información constante a las familias, todo debería ser parte del cuidado a un enfermo.

El factor humano, la vocación y la ética son claves.



Por otro lado, está la corrupción. No solo las medicinas tienen un costo elevadísimo en Guatemala, sino que los hospitales públicos las adquieren de manera sobrevalorada, evidenciando la corrupción impuesta por el cartel de las farmacéuticas que ha pagado campañas de gobiernos anteriores y, en retribución, ha fijado los precios más altos, sin posibilidad de competencia, ni acceso para millones de personas. Para ejemplo, el caso que dio a conocer el director de Farma Value hace poco, cuando relató en una mesa técnica parlamentaria que, por bajar precios y no alinearse con los precios impuestos por las farmacéuticas, le habían allanado varias de sus farmacias y el centro de distribución. ¿Ya entendimos quiénes no quieren que se apruebe una Ley de Competencia en el Congreso, que busca evitar los abusos de los oligopolios y carteles que fijan los precios a su antojo, sin abrir una competencia real? Esa corrupción se puede extrapolar a la compra de alimentos, equipo e insumos hospitalarios, a la tercerización de servicios, entre mucho más.

Si sumamos la escasa o deficiente alimentación de la mayoría de la población, entendemos por qué entre los grandes problemas de salud pública se cuentan la diabetes, la obesidad, el cáncer, el daño renal, el consumo de alcohol y la hipertensión. En nuestro país, gente de todas las edades está expuesta a una publicidad que martillea constantemente en los cerebros el gusto por la comida chatarra, las bebidas alcohólicas o carbonatadas, así como por otros alimentos con exceso de preservantes, azúcar, sodio y grasas trans. Ante esa incuestionable “libertad” de publicitar y vender lo que sea, llenando de vallas el país, de anuncios los programas infantiles y de cuerpos enfermos nuestra sociedad, resurge en el Congreso la Ley de Promoción de Alimentación Saludable, que busca colocar, como en prácticamente todos los países ya se hace, un sello nutricional a varios alimentos, obligando a mejorar los productos. ¿Quiénes se oponen a ello? Adivinó. Ciertos grupos industriales y comerciales que no entienden, que no han entendido nada.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.