NOTA BENE

La verdad y el periodismo

|

A mediados de 2020, la periodista Bari Weiss renunció a su trabajo en The New York Times, un periódico cuya línea editorial es de centro izquierda. Aunque ella comparte esa ideología, enfrentó un ambiente laboral hostil y cerrado: “Mis incursiones en el Malpensamiento me convirtieron en objeto de acoso por mis colegas”. La tachan de nazi y racista. Weiss había comentado esta alarmante tendencia desde 2018, cuando escribió sobre el esfuerzo por redibujar las fronteras de lo pronunciable en una columna de opinión titulada “Todos somos fascistas ahora”.

Los intransigentes ataques ad hominem a Weiss sacan a relucir tres problemas que enfrenta el periodismo hoy: los efectos nocivos de la cultura de la cancelación, la polarización y la disrupción provocada por las redes sociales. Nunca antes habíamos tenido acceso a tanta información, de forma tan instantánea. La digitalización del periodismo permite al lector no sólo reaccionar vocalmente a los noticieros profesionales, sino producir contenidos propios. Con celular en mano, cualquier persona puede publicar una primicia. Lamentablemente, esta maravillosa abundancia de información se inserta en la llamada “era de la posverdad”: los hechos se manipulan o maquillan, los algoritmos de las redes sociales nos alimentan con notas que confirman nuestros prejuicios, y hasta los verificadores de los datos son ideólogos. Cada vez más nos cuesta asimilar opiniones contrarias, porque paulatinamente nos hemos ido refugiando en nuestros nidos ideológicos. Contribuye significativamente a esta polarización la cultura de la cancelación que surgió en el seno de las universidades. Inspirada por la teoría crítica de Frankfurt y por el marxismo gramsciano, dicha cultura impone un lenguaje restrictivo; fuerza el despido y ostracismo social de quienes no se pliegan a su progresismo radical.

' ¿Nos interesa aún la verdad?

Carroll Rios de Rodríguez

Como consecuencia de estos tres fenómenos, existe una disonancia entre lo que esperamos y lo que recibimos de los medios de comunicación. Las escuelas de periodismo siguen enfatizando un código de ética que premia la exactitud y la honra. El oficio de antaño instruía constatar los hechos y cubrir desapasionadamente la perspectiva de los bandos opuestos. En realidad, nadie es completamente imparcial y la pretensión de objetividad pudiera ser eso: algo aspiracional. Pero el abandono de estas prácticas nos coloca sobre arena movediza. Una interesante encuesta de Pew (2022) revela que el 76% de los estadounidenses esperan que las noticias sean balanceadas, mientras que el 55% de los reporteros opinan que no todos los ángulos merecen ser comunicados.

Los reporteros profesionales y amateur debemos volver a entronar la verdad para restablecer aceptables niveles de confianza mutua. Más allá de las subjetivísimas y atómicas “verdades” relativas, vale la pena buscar una verdad generalmente compartida. Como nos recordó S.S. Benedicto XVI, nuestra conciencia y nuestra razón gravitan hacia lo verdadero. Nos convertimos en cooperatores veritatis, cooperadores de la verdad, cuando hacemos acopio de la humildad, nos escuchamos unos a otros (y a Dios) y nos nutrimos del conocimiento disperso.

La libertad de expresión se vincula estrechamente con la búsqueda de la verdad. Quienes aman la libertad reconocen que deben respetar al prójimo, estén o no en sintonía con el interlocutor. En lugar de asesinar reputaciones y acallar voces contrarias, debemos abrazar el libre intercambio de las ideas hasta descubrir la luz de la verdad. En libertad, inevitablemente la cizaña y el trigo crecerán juntos, y, sin edificar muros ni censurar contenidos, debemos encontrar mejores herramientas para identificar y descartar las mentiras y preservar lo verdadero.

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).