MIRADOR
La vida no cambia por casualidad
Hace tiempo, durante una reunión en Washington, alguien me dijo que nuestra generación se había adaptado a más cambios que ninguna otra en la historia de la humanidad. Me pareció un tanto exagerado en aquel entonces, pero en la medida que he reflexionado, he encontrado acertada la afirmación.
Llevaba razón aquel personaje que, como yo, no tuvo teléfono ni televisión en casa hasta la adolescencia o, de joven, vio en directo cómo el hombre ponía el pie en la Luna. Más tarde aparecieron los relojes digitales con números rojos y con ellos encandilamos a nuestros progenitores que giraban la corona para darle cuerda a los suyos. Nos distraíamos con una radio de transistores y, los más pudientes, con un tocadiscos en el que había que seleccionar 45 o 33 rpm para que sonaran los vinilos que, cuando se rayaban, mantenían por varios segundos un repetitivo son que cambiábamos con un manotazo a la estructura del cacharro. Luego llegó el video —que nunca mató a la estrella de la radio—, y el radiocasete, que promovió una habilidad sorprendente para rebobinar cintas con un lapicero o recomponerlas cuando se atoraban. Después el CD, el discman, el celular, el IPod…
' El 9/11 fue uno de esos puntos de inflexión, el sida otro y el covid-19 será el tercero de muchos cambios.
Pedro Trujillo
Casi con 30 años disfrutamos de las máquinas de escribir eléctricas y luego de las computadoras, aunque las primeras había que programarlas —Spectrum y luego Commodore—, y servían poco más que para escribir textos y jugar. Y así surgieron los distintos programas, sistemas operativos, teléfonos portátiles, juegos virtuales, teléfonos inteligentes y toda la tecnología disponibles que hace que el Waze nos lleve a cualquier parte sin pensar, el Zoom nos una en la distancia o podamos transferir dinero de un lugar a otro con una aplicación a la que ingresas por medio de identificación facial.
Llevaba razón aquel paraguayo en su afirmación. Nos hemos ido adaptando a la tecnología y a los inventos surgidos y hemos hecho el mayor esfuerzo en la historia de la humanidad. No todos, algunos se quedaron en el camino y el teléfono inteligente es demasiado para ellos o incluso el Power Point. Recuerdo a un compañero de trabajo que, con un lápiz de aquellos con el borrador en uno de sus extremos, decía siempre con sorna: este es mi WordPerfect —refiriéndose al programa de computación más popular utilizado en la época— y señalaba la mina del lápiz cuando decía “Word” y el borrador al referirse a “Perfect”. Definitivamente se quedó con el lapicero; el computador nunca fue su fuerte.
También nos hemos adaptado a otras cosas: modas en el vestir, carros con aire acondicionado o que parquean solos, formas de vivir, etc., como consecuencia de hechos o cambios en el tiempo. El 9/11 fue uno de esos puntos de inflexión, el sida otro y el covid-19 será el tercero de muchos cambios. El primero modificó el tema de la seguridad; el segundo, la relaciones sexuales; y el tercero, seguramente, incidirá en las relaciones personales y en las medidas de higiene, entre otras cosas.
No hay nada permanente, excepto el cambio. Creo que mi generación —como otras— ha tenido que adaptarse y pasar de una mente no tecnológica, producto de nuestro tiempo y de la educación recibida, a otra capaz de utilizar y entender nuevas herramientas y situaciones, aunque sin alcanzar esas condiciones que tienen nuestros hijos y no digamos nietos.
En todo caso lo hicimos y demostramos que eres tan joven como la última vez que cambiaste tu mente y somos un ejemplo para los cambios que se vienen y deberemos enfrentar, porque el cambio no solo es probable, es inevitable.