LIBERAL SIN NEO

Lo necesario y lo superfluo

Leí el artículo Lo necesario y lo superfluo, de Alberto Salceda, por primera ocasión hace más de cuatro décadas, en el libro Ciencia y teoría económica, de Luis Pazos, una introducción clara y accesible a esta ciencia, quizás para nivel de educación media. Años más tarde me volví a encontrar con el artículo de Salceda, en un viejo ejemplar de Tópicos de Actualidad del CEES, el 221, publicado hace precisamente 50 años, en mayo de 1970. El autor señala haber comentado con anterioridad la encíclica Popularum progressio y se detiene aquí a reprochar una frase de la misma: “No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario”. Critica el mismo principio en una cita de Díaz Mirón en “un momento de obnubilación”: “Nadie tendrá derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto”. En estos días me encontré nuevamente con Salceda —no he decidido si creo o no en las casualidades— y me parece particularmente atingente a los tiempos.

' Las autoridades han querido distinguir entre el trabajo esencial y no esencial.

Fritz Thomas

Veo al menos dos dimensiones importantes en la dicotomía entre lo necesario y lo superfluo. La primera es cómo se define y quién decide qué es necesario y qué es superfluo, que es lo que principalmente ocupa el artículo de Salceda. La segunda es el tipo de sociedad y la clase de poder que se requeriría para hacer cumplir la frase de Popularum progressio y la máxima de Díaz Mirón. Solo podría darse en una sociedad aplastada y reprimida, sin libertad alguna, bajo un poder absolutamente tiránico y despótico. Aun si se considerara un fin deseable, los medios para tratar de alcanzarlo imposibilitarían hacerlo, especialmente por la concentración de poder que se haría necesaria.

En La economía en una lección, Henry Hazlitt destaca la necesidad de llevar el razonamiento más allá de lo inmediatamente aparente y consecuente, para entender todos los efectos y consecuencias remotas que seamos capaces de apreciar. No sé de persona o grupo alguno que pudiera distinguir entre lo necesario y lo superfluo en la sociedad. Dicho esto, es algo que todos hacemos a diario, como lo hacen familias y organizaciones, con lo propio.

Un padre de familia le obsequia una cadena de oro a su hija para sus 15 años. El oro proviene de alguna mina en la que trabajan muchas personas, obreros, operadores de maquinaria, ingenieros, transportistas. La mina —seguramente no en Guatemala, donde sacar valor de la tierra está mal visto— compra suministros a incontables proveedores que emplean a sinnúmero de personas. El oro va a una refinería, a un fabricante de joyas, a mayoristas —todos con trabajadores, transporte, proveedores— y llega a una joyería donde la compra el padre de familia. Para cuando la jovencita recibe la cadena, millones de personas alrededor del mundo han cooperado de manera voluntaria y se ha generado una larga cadena de valor. ¿El bienestar de todas esas personas es superfluo?

En las actuales circunstancias las autoridades han querido distinguir entre el trabajo esencial y no esencial. Los mercados, supermercados, farmacias, transporte de alimentos, por ejemplo, son esenciales, prácticamente todo lo demás no es esencial. Todo trabajo es esencial.

Es necesario abrir la economía con prudencia, cada día que pasa se destruyen más raíces del árbol productivo esencial, que no se puede regenerar de la noche a la mañana. Hay muchos más desempleados que infectados y es tiempo de detener esta catástrofe. La respuesta no está en comisiones de alto nivel, sino en desencadenar la potente energía de personas que quieren producir y trabajar.

ESCRITO POR:

Fritz Thomas

Doctor en Economía y profesor universitario. Fue gerente de la Bolsa de Valores Nacional, de Maya Holdings, Ltd., y cofundador del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN).

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