Pluma invitada

Lo que más me preocupa de una presidencia de Trump

Ahora enfrentamos ese peligro en casa.

Casi a diario hay titulares que describen lo que Donald Trump haría en caso de ser elegido: las deportaciones masivas, los indultos concedidos a sus amigos y compañeros de golf, y el ajuste de cuentas y las venganzas personales en el Departamento de Justicia. El expresidente incluso ha prometido violencia si las elecciones no le favorecen, pues ha advertido que podría haber un “baño de sangre”.

Sin embargo, por más preocupantes que sean estas posibilidades, no están ni cerca de ser las mayores amenazas que el exmandatario representa. Lo que más debemos temer es que Trump transforme nuestro gobierno en un Tammany Hall moderno, donde instale un liderazgo cleptocrático que será difícil, si no es que imposible, de deponer.

No descarto la posibilidad de que se desate una violencia promovida desde el Estado y me preocupa profundamente la politización de la función pública. Sin embargo, en su mayor parte, esas son amenazas y teorías y, aunque se deben tomar en serio, la gente debería prestar más atención a una realidad mucho más probable: que Trump pasará gran parte de su tiempo en el cargo enriqueciéndose. Fracasó de forma espectacular como insurrecto y como perturbador de la función pública y su estilo bufonesco y caótico bien podría llevarlo sin problemas al fracaso de nuevo… pero ha triunfado una y otra vez en el arte del robo. Si su estafa continúa durante un segundo mandato, no solo contribuirá a mermar la confianza de los estadounidenses en sus instituciones, sino que también afectará nuestra capacidad para liderar el mundo por medio de una serie de crisis cada vez más graves.

Recordemos cómo actuó Trump en su primer mandato. No solo mantuvo su participación en más de un centenar de empresas, sino que volvió una práctica visitar sus propiedades por todo el país, obligando a los contribuyentes a pagar habitaciones y servicios en los hoteles Trump para el Servicio Secreto y otros miembros del personal que lo acompañaban, dinero que iba directamente a las cuentas bancarias del exmandatario y a las de sus socios comerciales. Los interesados en congraciarse con el presidente, desde gobiernos extranjeros hasta posibles contratistas gubernamentales, sabían que debían gastar dinero en sus hoteles y clubes de golf. Según documentos internos de los hoteles Trump, ejecutivos de T-Mobile gastaron más de 195.000 dólares en el Trump International Hotel Washington D.C. después de anunciar una fusión planeada con Sprint en abril de 2018. Dos años después, se aprobó la fusión.

El gobierno, como el pescado, se pudre a partir de la cabeza. El ejemplo de Trump liberó a los miembros del gabinete para otorgarles enormes contratos a sus amigos, socios comerciales y aliados políticos, mientras que otros dirigían sus departamentos como feudos personales. Después del despido del inspector general del Departamento de Estado, salió a la luz que el entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, utilizó viajes oficiales para celebrar reuniones clandestinas con donadores conservadores y que su familia hizo un presunto uso indebido de miembros de su personal para tareas como pasear a su perro, recoger a su esposa en el aeropuerto y recoger su comida para llevar. Y, además de ser acusados de aceptar regalos de forma indebida de quienes buscaban influencia, se afirmó que varios otros miembros del gabinete utilizaron fondos públicos para hacer viajes privados. Estas quizá parezcan infracciones banales, pero, en conjunto, son un reflejo de quién es Trump y de cómo gobierna.

A lo largo de su vida, a través de la marca Trump en vinos, barras de chocolate, zapatos deportivos, NFT, corbatas, parafernalia del movimiento MAGA (siglas en inglés de “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo”), una Biblia de 59,99 dólares (vaya descaro) y, hace menos tiempo, su ardid de acciones meme de Truth Social, el exmandatario ha demostrado un impulso imparable por enriquecerse a toda costa. Considera que la política, como los negocios, es un juego de suma cero en el que Trump solo gana si otro pierde. Estos son los instintos que motivan la corrupción, la cleptocracia y la estafa. Y, si el pasado sirve de prólogo, estamos ante una secuela mucho más dañina.

En un segundo mandato, Trump tendrá más libertad y poder para llevar a cabo estafas. Ya se ha comprometido a utilizar los indultos para proteger a sus simpatizantes y tal vez incluso a sí mismo de los esfuerzos para frenar la corrupción (lo cual podría explicar la indiferencia con la que su yerno Jared Kushner ha recibido las críticas sobre los conflictos de interés que generaron sus recientes inversiones inmobiliarias en Serbia y Albania, así como las inversiones sauditas, cataríes y emiratíes en su fondo de capital privado). Además, él y sus asesores políticos están armando una bancada nutrida de empleados comprometidos y leales que podrían corroer y en potencia destruir los mecanismos de rendición de cuentas en el gobierno, a fin de allanar el camino para que los líderes cleptocráticos se atrincheren en la burocracia, donde muchos podrían permanecer más allá del mandato de Trump. Y la mera presencia de una falange de lugartenientes incondicionales en la función pública garantizará que otros funcionarios públicos teman enfrentar represalias por oponerse al enriquecimiento propio.

En una cleptocracia, la corrupción es un rasgo, no un defecto, pues en ella los políticos aplican la ley de forma incongruente, favoreciendo a los amigos y castigando a los enemigos.

Por supuesto que también me preocupan otras cosas, en particular, la posibilidad de violencia política. Trump perfectamente podría afirmar que ganó las elecciones sin importar el recuento de votos y pedirles a sus partidarios que se levanten para asegurar su victoria. Incluso antes de la votación, sus simpatizantes ya están amenazando a funcionarios electorales y judiciales, así como a legisladores estatales, intentando intimidarlos con el fin de que ayuden a Trump o se hagan a un lado y los remplacen trumpistas.

Sin embargo, los obstáculos legales, de las agencias del orden y de seguridad siguen existiendo para ralentizar o detener estas maniobras. Debemos recordar que esta vez el presidente Joe Biden seguirá siendo el presidente, capaz de controlar el Ejército y la aplicación de la ley a nivel federal, y el Congreso ha modificado la anticuada y vaga Ley de Reforma del Conteo Electoral para dificultar mucho más que los aliados de Trump en el Congreso impugnen una derrota de Trump en el Colegio Electoral o en el Capitolio.

No existen esas contenciones para frenar la corrupción trumpiana. La Corte Suprema, corrupta por sí misma, prácticamente ha imposibilitado que se juzgue hasta la corrupción más flagrante de parte de funcionarios gubernamentales.

En una cleptocracia, la corrupción es un rasgo, no un defecto, pues en ella los políticos aplican la ley de forma incongruente, favoreciendo a los amigos y castigando a los enemigos. Al controlar los activos del gobierno y repartirlos entre amigos y familiares —además de ofrecer posibilidades a simpatizantes potenciales—, y recurrir al enjuiciamiento por motivos políticos, los cleptócratas consolidan su control del gobierno y dejan sin poder a sus oponentes. Basta con recordar los esfuerzos de Rusia por crear una democracia: el dinero se canalizó con rapidez a los bolsillos de Vladimir Putin y sus oligarcas, lo cual provocó la desesperanza y la conformidad de los ciudadanos rusos cuando se dieron cuenta de que ya no podían cambiar su situación por medios democráticos.

Ahora enfrentamos ese peligro en casa. Si gana Trump, Estados Unidos tendrá un líder al que solo le interesa su propio poder personal, tanto financiero como punitivo, y que cuenta con el apoyo de un equipo mucho más capaz. Cuando se otorguen lucrativos contratos a los fieles a Trump sin considerar los méritos y se persigan y silencien las voces disidentes, el liderazgo de Estados Unidos en la escena mundial se disolverá cuando más se necesita.

Las consecuencias resonarán durante generaciones si no tenemos la capacidad ni la voluntad de atacar problemas como el cambio climático, la migración masiva, una nueva carrera espacial y varias guerras. No se hará nada significativo, los compinches de Trump seguirán actuando con impunidad y millones de estadounidenses —de por sí preocupados de que a las élites se les juzgue con una vara distinta que a los ciudadanos de a pie— perderán aún más confianza en su gobierno, convencidos de que en Washington cada quien actúa por su cuenta.

Esta combinación de pasividad por un lado e impunidad por el otro podría ser fatal para nuestra democracia. Este es el verdadero peligro que representa Trump.

* Investigadora principal del Centro Brennan para la Justicia

c.2024 The New York Times Company

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