LA BUENA NOTICIA

Los demonios y la fe cristiana

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Entre la cosmovisión implícita en la fe cristiana y la que prevalece en la cultura occidental contemporánea hay numerosos contrastes. A medida que la cultura se descristianice, esas diferencias se harán más evidentes. Algunas de esas contraposiciones se dan en puntos tan esenciales a la identidad cristiana que la Iglesia no puede “ponerse al día” sin renunciar a su propia fe y a su manera de entender el mundo y la misión del hombre en el mundo. Esos desencuentros han sido y serán causa de persecución. Uno de esos puntos es la idea del origen, naturaleza y superación del mal en el mundo.

' El mal afecta a las personas, pero no es inherente ni al hombre ni a la creación.

Mario Alberto Molina

Para el lector contemporáneo de los evangelios, incluso si es cristiano, la abundancia de espíritus impuros y demonios resulta inquietante. Especialmente en el evangelio según san Marcos, una “legión” de espíritus impuros tiene cautivos a los hombres. Los demonios causan aflicción, enajenación, degradación en quienes tienen bajo su dominio. La misión de Jesús es liberar a la humanidad de esa servidumbre, someter, arrinconar y sujetar a los demonios. Pero sorprendentemente, en el evangelio según san Juan, Jesús nunca confronta a un endemoniado ni expulsa demonios. En una ocasión dice que quienes se resisten a poner en él su fe son hijos del diablo. En otra ocasión, Satanás instiga a Judas a delatar a Jesús ante las autoridades que lo condenarán a muerte. Este es un indicio de que el hombre es capaz de decisiones perversas con raíces en una dimensión tenebrosa que supera la simple capacidad deliberativa humana. En sus cartas, san Pablo presenta a Jesús como el Hijo de Dios que ha venido a redimir al hombre del pecado y la muerte, de las que a veces habla como personificaciones malignas. Menciona a Satanás, adversario de Dios y de sus planes. Es decir, que la actuación de los demonios es muy desigual en los libros del Nuevo Testamento.

La tendencia “ilustrada” es despachar a esos personajes como residuos míticos sin función ni oficio. Pero su función es de índole metafísica. La presencia del mal, en sus diversas formas, es el gran enigma de la vida humana. La existencia del mal físico, como las enfermedades y los terremotos que causan sufrimiento y dolor; y del mal moral, como los delitos y crímenes que perjudican a las víctimas es el principal argumento contra la existencia del Dios bueno y todopoderoso en quien creemos los cristianos. En los debates contra el dualismo cósmico que enseñaba que el mal es una sustancia tenebrosa difusa en la sustancia buena, la filosofía cristiana enseñó que el mal es la deficiencia de ser y de bien en la creación buena. El mal carece de sustancia, pero no por eso deja de causar sufrimiento y dolor. Sin embargo, es la única explicación racional en torno al mal. En la cosmovisión cristiana, según la cual la creación y el hombre son fundamentalmente buenos, los demonios tienen la función de explicar que el mal es advenedizo, puede ser eliminado y Dios lo vencerá.

Los demonios y su jefe Satanás son espíritus que Dios creó y que se rebelaron contra Él y desde entonces tratan de impedir que las personas alcancen el fin para el que Dios las creó. La incongruencia del relato refleja la del mismo mal. Cuando los escritos bíblicos explican que el mal es obra de algún espíritu inmundo o demonio y presentan a Jesús como aquel que los combate, los somete y los vence transmiten convicciones cristianas. El mal afecta a las personas, pero no es inherente ni al hombre ni a la creación; es advenedizo. El mal causa destrucción y sufrimiento, pero no es más poderoso que Dios y será finalmente eliminado. El mal actúa de muy variadas formas, pero Dios ha vencido la muerte y el pecado por medio de Jesucristo.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.