Al grano

Más reformas electorales

Teóricamente, el TSE debiera jugar en todo esto un papel de rector cívico y técnico.

Como era de esperarse, las reformas electorales propuestas por más de un centenar de organizaciones de la sociedad civil y algunos diputados y partidos políticos, como fruto del CAME, carecen de sustancia. Se circunscriben a morigerar ciertas reformas anteriores que, según me parece, con cierto espíritu farisaico, exageraron la nota en diversos aspectos. En el sitio de internet del Tribunal Supremo Electoral aparecen setenta y nueve documentos, y de todo ello se ha entregado una “síntesis” al Congreso de la República.

Más que “reformas” hace falta una reforma de fondo, desarrollada por expertos bien asesorados y respaldados por todas las élites.

Comienzo diciendo “como era de esperarse”, porque los seres humanos procuran siempre maximizar sus beneficios en cualquier aspecto de sus vidas. Es decir, actúan para mejorar su situación, para pasar de un estado de cosas dado en cualquier momento determinado a otro estado de cosas que les parece preferible. Y, los representantes y partidos que han propuesto estas reformas y los demás que integran el Congreso de la República, no son la excepción. Es verdad que ha habido en la historia de la humanidad estadistas y grandes líderes, pero son excepcionales.

Como consecuencia de esa circunstancia, ciertas propuestas prevén una fiscalización más financiera (por la CGCN), otras liberan al Tribunal Supremo Electoral (TSE) de ciertas obligaciones en materia disciplinaria, todavía otras prevén nuevos órganos para la solución de conflictos (como si no fuera esa la función del TSE) al igual que lo atingente al fuero electoral exclusivo y excluyente (lo que ya está previsto así en la Constitución y no necesita de aclaración alguna —excepto para algunos fiscales y jueces—).

Entonces, como la naturaleza interesada de la generalidad de los seres humanos no va a cambiar el próximo sábado ni cosa parecida, ¿nunca van a formularse reformas del régimen político electoral que convengan a la transparencia del proceso y la representatividad democrática? Realmente, eso depende en buena medida de hasta qué punto el carácter competitivo del sistema democrático, la madurez cívica de la ciudadanía y la llamada “sociedad civil” sean capaces de poner en evidencia los sesgos, abusos o inconvenientes de cualquier iniciativa que se promueva y de que las élites asuman su responsabilidad en el asunto.

Teóricamente, el TSE debiera jugar en todo esto un papel de rector cívico y técnico; es decir, debiera pronunciar criterios oficiales que permitan al ciudadano medio entender mejor si sus representantes promueven una reforma que les facilite las cosas a costa de la transparencia del proceso o de la representatividad democrática o si se trata de propuestas razonables que, una vez aplicadas, traerán consigo mejores resultados.

Empero, las reglas de postulación y elección de los magistrados al TSE y su efímera duración en el cargo son incapaces de dotarlos de la independencia institucional necesaria para ejercer, con credibilidad, ese rol de rector cívico y técnico en lo que al régimen político electoral se refiere.

De esa manera, creo que la ciudadanía de Guatemala difícilmente puede tener expectativas racionales y razonables de que sus representantes e instituciones del régimen electoral vayan a promover la promulgación de reglas capaces de encauzar el proceso político electoral por las vías de la transparencia de los procesos electorales o para mejorar la representatividad democrática y conseguir que las autoridades electas gocen de legitimidad (condición sin la cual no puede conseguirse la estabilidad política).

Por consiguiente, creo que no son “reformas” superficiales lo que hace falta, sino una “reforma integral” puesta en manos de una comisión independiente de ciudadanos notables, respaldados por las élites de todos los sectores representativos de la vida pública, que sean dotados de los recursos necesarios para asesorarse de los estándares y prácticas reconocidas en las democracias maduras como capaces de conseguir dichos resultados.  Esa comisión debiera producir un anteproyecto de LEPP y de normas de desarrollo que fueran objeto del más amplio análisis y debate públicos y, eventualmente, promulgadas por los órganos competentes del Estado.

ESCRITO POR:

Eduardo Mayora

Doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Barcelona y por la UFM; LLM por la Georgetown University. Abogado. Ha sido profesor universitario en Guatemala y en el extranjero, y periodista de opinión.

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