ALEPH

Mi mamá, la que elegí

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Hay quienes aseguran que una elige a su madre antes de nacer. Cierto o no, hoy siento que elegí a la mía hace más de 14 mil millones de años, cuando todo era una inmensidad oscura en constante expansión antes del gran estallido que dio vida al universo. El próximo domingo cumplirá 96 años de vida, y a mí lo que me queda es regalarle manojos de gratitud por el cálido vientre que me prestó, por el respeto profundo a mis decisiones siempre, por su persistencia ante cada desafío que la vida le puso enfrente, y por habernos enseñado a ser independientes y a no tener miedo.

Sí, con su ejemplo nos enseñó a no tener miedo, a pesar de haber nacido mujer hace casi cien años en este mundo de culpas, pecados, violencias, órdenes sagrados, silencios y roles definidos para ella y sus congéneres. A no tener miedo, a pesar de haber dado a luz un hijo y cuatro hijas en un mundo que tiene los reflectores puestos sobre las madres, como cuidadoras ideológicas y biológicas de toda sociedad. A no tener miedo a nuestra autonomía personal y económica, aprendida de esa mujer que trabajó toda su vida en la casa y fuera de ella. A no tener miedo al miedo, que siempre acecha inclemente en un mundo tan lleno de incertidumbres. No es poco haber tenido una madre que en apariencia se acomodó al orden, pero que en mucho fue una transgresora silenciosa, como tantas mujeres de su época y de hoy (no se tiran 25 siglos de patriarcado por la borda, así nada más, sin sufrimiento).

Mi madre nació en el periodo de entreguerras, en una familia de gente educada, querida y trabajadora, pero le tocó caminar casi toda su vida sin un padre en un contexto patriarcal. Sin embargo, su abuelo materno, un abogado y diplomático muy honesto, fue, según cuenta ella, el referente más importante de su vida. Con él podía hablar y bromear libremente. Ofelia, que así se llama, creció en medio de normas muy rígidas y de silencios pactados. Ella es, sin duda, una hija del orden patriarcal, como lo somos cada quien en nuestro propio tiempo. Y así entró a ser madre, educándonos a partir de miradas, dichos y refranes breves, sin demasiado abrazo y sin ser la madre perfecta que ninguna somos, pero sí exquisitamente única y la mejor para mí. Sobrevivió a una guerra mundial; a una guerra en su país; a un sinfín de golpes de Estado; a cuatro hijas, un hijo, diez nietos y siete bisnietos; a mi maravilloso, machista e intenso padre con quien estuvo casada por casi cuarenta años; a un trabajo de veinticinco años manejando sin tacha los fondos de una gran empresa; y a una semisordera que la ha acompañado la mitad de su vida, sin que eso limitara su gusto por viajar o su vida social. Eres grande, querida mía.

' No era a la vida a la que me aferraba, era a esa mujer increíble con la que haríamos camino.

Carolina Escobar Sarti

Es la que me tocó, decía yo siendo una adolescente; es la que elegí, digo ahora que soy una mujer adulta. Y la elijo, no solo por ser la mujer que me dio la vida, la elijo porque me gusta saber que habito el mismo mundo por donde esa mujer independiente camina y deja huella; porque quiero aprender a meditar como ella, que lo hace desde hace más de cuarenta años, sin pausa; porque quisiera cocinar un pastel para cada hija y nieto cada cumpleaños, como ella lo hace hasta ahora, y tener la actitud de cocinar un bacalao a la vizcaína o un fiambre a su edad. No haré lo que ella hace, porque cada una tenemos nuestro propio trazo, o al menos eso le aprendí. Es ese espíritu suyo el que amo, pero si hoy dejara de cocinar o de meditar o de caminar, también la amaría y la elegiría.

La elijo por la mujer que ha sido y es, no porque ser su hija me obligue a amarla. La elijo por todo lo anterior y por nada de lo anterior, porque la amo sin condición. Ella cuenta que al nacer yo, una de mis manos se aferró a la camilla donde ella acababa de dar a luz, y que el médico dijo: “mire, esta niña se aferra a la vida tan fuerte desde ya”. Hoy, diría yo (que además llevo también su nombre), que no era a la vida a la que me aferraba, era a esa mujer increíble con la que haríamos camino mis hermanas, mi hermano y yo. ¡Felicidades, Ofelia de nuestro corazón! ¡Celebramos tu vida!

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.