CATALEJO
Navidad tendrá este año algo más de su tristeza
Siempre he sentido algo de tristeza cuando llega Navidad, sobre todo en el último atardecer anterior. Durante la hermosa tradición del tamal navideño, en el fondo de mi espíritu hay algunas lágrimas invisibles a los demás, y logro esconderlas tras sonrisas amargas y doloridas. En silencio, pienso en quienes estaban en esa reunión el año pasado. Me afectan las reuniones con dos lugares vacíos en la noche y eso me ocurrió con la muerte de mi padre y mi madre, quienes cumplieron con su larga etapa y valiosa vida. Fue parte del destino natural. Pero este año murieron nueve amigos. Lo peor fue el viaje de mi hermana María Inés, merecedora de una vida más larga, quien sucumbió ante el ataque del diabólico covid-19 y me ha costado mucho irlo aceptando.
' Para quienes perdieron familiares y amigos este año, el saludo navideño debe desearles lograr lo más pronto posible serenidad y aceptación.
Mario Antonio Sandoval
Pero no fue solo ella. También cayeron víctimas varios amigos con quienes había vivido buena parte de mi vida. Yo mismo fui víctima del virus, a pesar de las precauciones, pero por la gracia de Dios logré escaparme del mal, aunque me quedaran algunas consecuencias, de poca importancia al compararlos con la posibilidad de la muerte. No le tengo miedo y ya en tres ocasiones anteriores se asomó a mi ventana pero no pudo entrar. He pensado mucho en quienes dejaron huérfanos y cónyuges ahora con el dolor de la viudez. He tratado de convencer a personas cercanas en la necesidad de vacunarse, para no tener gravedades mayores e indisolubles. Con el tiempo me di cuenta de no poder hacer nada si han tomado decisiones a mi juicio equivocadas. Solo lamentarlo.
Otra causa para sentirse acongojado a un nivel superior de otros años es el irrespeto por la vida humana de quienes ocupan puestos de donde se puede ayudar a salvar algunas. La perversidad humana, la más completa irresponsabilidad, se ha demostrado como nunca, y eso es decir mucho en nuestro medio. Los familiares de las víctimas de su propia decisión o de la irresponsabilidad burocrática aún merecen muestras de solidaridad, al haber aún hombres y mujeres de buena voluntad, y así se puede mantener el espíritu de paz y hermandad proclamado por la religión católica, compartida con otras religiones y sectas seguidoras de Jesucristo. Pese a todas las pruebas de maldad humana, se mantiene y se debe mantener la esperanza, pero es una prueba muy difícil.
El espíritu navideño se manifiesta especialmente en los niños, ya sea con la suerte de tener buenos padres, o el dolor de ser víctimas inocentes de la irresponsabilidad, sobre todo de los varones para quienes la paternidad se reduce a pocos minutos de goce. Esto es muy común en un país donde aún está en pañales el respeto a la mujer, a quien ahora trata de vérsele no como el nido de la vida, sino como alguien convencida de carecer de ese privilegio. Navidad, entonces, desde hace siglos tiene la particularidad de ser una época de reflexión sobre la responsabilidad de permitir la permanencia de la especie humana. Por supuesto, quienes piensan de esta segunda forma merecen respeto, aunque nunca admiración, salvo casos muy particulares para salvar su vida.
Toda reflexión conlleva dolor, aunque conocer una verdad es importante para mejorar la raza humana. Ya en un ambiente menos sombrío, cualquier forma de pensar no debe ser motivo para dejar de desear feliz Navidad a las personas situadas en nuestro entorno, sobre todo cercano. A quienes uno quiere y nos quieren; a quienes uno quiere pero no se dan cuenta o no lo merecen; a quienes lo quieren a uno, pero uno no se da cuenta. Por eso la Navidad tiene una enorme base de amor, desde la primera Nochebuena en el pobre y viejo pesebre a donde llegaron los Reyes Magos a presentar oro, incienso y mirra porque había nacido el rey de reyes a la luz de la estrella de Belén, presente este año, para gozo nuestro, con la conjunción astral de hace menos de un mes.