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No a la ruta de insultos

El lenguaje soez no ayuda en la argumentación, sino aleja la atención de las buenas conciencias.

Hasta ahora no se han dado injurias en los embates por los conflictos políticos. Se mantiene una oposición de altura y un gobierno educado. La oposición entre la presidencia y la fiscalía general es muy enconada; pero el nivel de discusión muestra urbanidad. Los manifestantes en la calle pueden ser ofensivos y hasta injuriosos; ya se señala: son los de la calle, sinónimo de vileza.


Recordemos el resbalón del presidente de México, AMLO, cuando llamó Yamaneti al entonces presidente Giammattei. Divertido, pero pudo haberse contestado por el indicado o un sucedáneo, con otro juego de palabras. No se hizo. Eso estuvo bien. Un error involuntario, una equivocación espontánea, un desliz cotidiano en una relación permanente entre dos países vecinos no debe aumentarse. Lo importante son las verdaderas relaciones en el trato en materia de cultura, cooperación y economía. Ahora, en el encuentro entre López Obrador y Arévalo se expresa la amistad y entendimiento necesario. Siempre estará el cínico criticón de esas manifestaciones, señalando ser mera diplomacia. No es cierto, los nacionales de ambos países sabemos que debemos entendernos con respeto.


Desafortunadamente, en el mundo hay una corrida hacia la falta de educación. Un impulsor de la agitación agresiva está dado por la generalización de calificativos políticos equívocos pero cercanos a la injuria. El más utilizado es ultraderechista a conservadores y en algunos casos a liberales. Cuando el calificativo ha calado, se abandona el ámbito de medios de comunicación para pasar a utilizar el de fascista. Los conservadores han contestado llamando comunistas a sus rivales. No es tan fuerte, como el de facho; pues la primera condena se dio por los dos bandos de la guerra fría; mientras la de comunista tenía solo un bando reivindicándolo. Luego vienen otros improperios como terrorista, asesino de masas, etc.

Toda degradación del lenguaje no solo ofende a quienes los escuchan, sino ensucian la conciencia cívica de los ciudadanos.


España es la vanguardia de la degradación argumentativa. Frente a la vileza de perseguir a familiares y utilizar mecanismos burocráticos fiscales con mucha indignidad, se llamó al presidente Sánchez con el conocido hijo de sexoservidora, por una presidenta de una Comunidad Autónoma; ella misma calumniada como asesina por ministros de Estado. Afirmó que dijo: me gusta la fruta. Los políticos españoles se creen con licencia para injuriar. El ministro de transporte, Óscar Puente, trató al presidente Milei de drogadicto. Posteriormente, otra ministra de universidades lo llamó negacionista de la ciencia y ultraderechista que socava la democracia. La respuesta no podía ser mayor, Milei señaló la investigación por corrupción de la esposa de Sánchez, Begoña Gómez, por haber conseguido financiamientos para la promoción de iniciativas de negocios y usurpación académica sin tener título universitario, pues posee una cátedra en la Universidad Complutense de Madrid; como recompensa ilícita al haber acordado el gobierno €475 millones para una compañía en quiebra: Air Europa. Los lloriqueos siguen, reclamos a una dignidad inexistente. Todo por degradar el lenguaje político.


Los encontronazos políticos en nuestro país son variados, muchos denotan mala fe y retratan la bajeza de algunos lidercillos. Pero, fuera de unos pocos medios de comunicación con salida en canales de internet, los medios radiales, televisivos y escritos no han reproducido insultos hasta ahora, salvo cuando reproducen los cables de las agencias noticiosas internacionales. Ojalá todo siga así, toda degradación del lenguaje no solo ofende a quienes los escuchan, sino ensucian la conciencia cívica de los ciudadanos.

ESCRITO POR:

Antonio Mosquera Aguilar

Doctor en Dinámica Humana por la Universidad Mariano Gálvez. Asesor jurídico de los refugiados guatemaltecos en México durante el enfrentamiento armado. Profesor de Universidad Regional y Universidad Galileo.

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