Aleph

No hay primavera corrupta

Cuando la ley se ha vuelto contra la justicia y lo que es justo por derecho le queda lejos a la ciudadanía, es tiempo de actuar.

Si queremos sembrar la primavera, hay que arrancar de raíz la corrupción. A veces despacio y a veces corriendo, pero de manera sostenida y con una estrategia clara en mente. Con eso, el gobierno del segundo Arévalo no puede ser tibio, porque el péndulo se sigue moviendo entre una posible rearticulación del Pacto de Corruptos (que no deja de golpear al incipiente y anhelado estado de Derecho), o un posible porvenir digno para las generaciones presentes y futuras de Guatemala. Las buenas jugadas a tiempo son un arte, tanto en el ajedrez como en la política.

Los corruptos están aún respirando en el cuello del nuevo gobierno.

Claro que lo dice fácil quien, como yo, no está haciendo gobierno en contextos tan adversos como los que dejaron las últimas gestiones gubernamentales. Basta leer la gusanera que aparece en casi cada instancia del Estado, todos los días. Las y los nuevos funcionarios están teniendo que invertir mucho tiempo limpiando la casa, cuando podrían usar las energías en echar a andar los planes estratégicos que llevaron consigo. Sin embargo, como ciudadana, sé que hoy juego un papel fundamental en la construcción de la democracia que anhelo. Y no porque antes no tuviera el mismo interés, sino porque la luz no se colaba por ninguna grieta del muro levantado por los golpistas del Pacto de Corruptos que aún abundan en las cortes, el MP, algunos sindicatos y algún empresariado cavernario.

Durante las últimas siete décadas   aprendimos todas las mañas y vicios de una sociedad que giró alrededor de la corrupción, promovida desde todos los niveles del Estado. Fueron “listos” los muchachos. Para las generaciones nacidas entre 1955 y hoy, la corrupción ha sido tan definitiva y normal en su crecimiento como el biberón y, desde entonces, nos volvimos los padres de la mala praxis política y los huérfanos de la ética. La lógica del poder que aprendimos ha sido perversa y eso, ya lo dije antes, no cambia en un día, un mes, un año, ni siquiera en cuatro años. Pero…

Una cosa es estar claros en que la administración del Estado no siempre permite cambios rápidos por la infinidad de obstáculos legales y administrativos que hay que sortear en cada institución, y otra muy distinta es que altos funcionarios del nuevo gobierno saluden de abrazo y con sonrisa a alfiles y peones de la corrupción, burlándose de los pueblos originarios y de la ciudadanía que defendieron la democracia durante más de 106 días antes, durante y hasta la toma de posesión del nuevo gobierno. Que no se nos olvide. Hacer política no es perder vértebras del cuello e inclinar más la cabeza, sino saber negociar.

Los corruptos están aún respirando en el cuello del nuevo gobierno. No es un secreto que la Corte de Constitucionalidad, el Ministerio Público, algunos jueces y juezas del Organismo Judicial y varios diputados en el Congreso  siguen trabajando para las mafias y siguen siendo la piedra en el zapato de nuestra posible democracia. Al menor descuido de los representantes del partido oficial, se cuelan las mafias que están siempre listas para arrebatar los espacios y captar la atención de personas desinformadas, desmemoriadas o ignorantes, que no recuerdan los discursos de la legislatura anterior.  Basta ver cómo las y los diputados de Semilla han ganado y perdido valiosos espacios de gestión política.

Se agradecen las nuevas formas de hacer política, porque con el tiempo veremos cómo esas nuevas prácticas y narrativas  promoverán cambios profundos en el quehacer político, social, cultural y económico de Guatemala. Sin embargo, hay que afilar más los colmillos, abrir más los ojos y definir espacios no negociables para pensar en calma, sin que el día a día desplace a lo prioritario por lo urgente.

Lo único que realmente se derramó en la sociedad guatemalteca de las últimas siete décadas, fue la corrupción. Y si hoy no se toman riesgos para ponerle un alto definitivo, identificando a sus más estratégicas piezas dentro del Estado y la sociedad, se seguirá derramando con más fuerza y nada habrá cambiado. Cuando la misma ley se ha vuelto contra la justicia y lo que es justo por derecho le queda lejos a la ciudadanía, es tiempo de actuar. 

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.