Al grano
Nunca desperdicies una buena crisis
Cuando la gravedad de los acontecimientos y su notoriedad llegan a un cierto punto, paradójicamente, surgen oportunidades de oro para una reforma a fondo.
Se atribuye al célebre Nicolás Maquiavelo haber acuñado una frase parecida al título de este artículo y, aunque parezca un tanto cínica, tiene mucho de fondo, o así me parece en el sentido, al menos, de que pasado suficiente tiempo, las personas se acomodan a las circunstancias y, por otra parte, van surgiendo intereses creados. Una situación que para unos es un grave problema, para otros puede ser el marco de su modus vivendi y, así, su resolución enfrenta la oposición y resistencia de los que serían directamente afectados.
Cuando la gravedad de los acontecimientos y su notoriedad llegan a un cierto punto, paradójicamente, surgen oportunidades de oro para una reforma a fondo.
Eso, pienso yo, ocurre con funciones estatales como las de la educación pública, la salud pública, la seguridad y los puertos y aeropuertos del país. Quizás el más emblemático en este momento sea el caso de Puerto Quetzal, porque ha generado una verdadera crisis.
La cadena de los efectos derivados de la crisis que atraviesa Puerto Quetzal incide, en última instancia, en todos los precios de las mercancías que pasan por allí o que, por la imposibilidad de que se importen o exporten por sus instalaciones, deben seguir otras rutas que, por supuesto, las encarecen. Todos los consumidores de esas mercancías o de las que se producen con ellas están pagando precios más altos para enfrentar esta crisis.
Probablemente en algunos casos los adquirentes de los productos que pasan por Puerto Quetzal constatan directa y sensiblemente esos incrementos de precio, porque los profesionales de la cadena logística que tienen que experimentar atrasos o la imposibilidad de importar dichos productos repercuten en las facturas respectivas los recargos que tienen que pagar. Pero hay literalmente millones de consumidores que pagan pequeñas diferencias de precio en productos de consumo masivo que no identifican la causa directa de los incrementos.
Lo cierto, me parece, es que se ha generado una “buena crisis”, es decir, el tipo de crisis que exhibe a toda la sociedad que el modelo existente no funciona. Y eso, aunque no lo quisiera el gobierno actual, es “su problema”. Los conocedores de la evolución de los antecedentes de la situación actual en Puerto Quetzal tienen claro que esta crisis es la síntesis de decisiones erróneas, algunas, fruto de la corrupción, otras, que se han ido tomando a lo largo de unas cuatro décadas. Sin embargo, el ciudadano medio no se entera del cúmulo de desaciertos que han desembocado en la crisis actual y su historia. No. Lee que hay buques fondeados afuera del puerto que no pueden entrar y esperan generando pérdidas, escuchan que los de gran calado no pueden ya atracar porque no se ha dragado adecuadamente la dársena, ven que no hay capacidad de grúas y que la terminal de contenedores pende de un hilo. Y, todo eso, la generalidad concluye, está en manos del gobierno actual.
El momento, entonces, para concebir, proponer y ejecutar una reforma audaz es éste. Hay que “aprovechar la crisis” y dar un salto cualitativo. Los modelos de puertos exitosos en el mundo ya están probados y hay consultores especializados en el desarrollo del marco normativo e institucional adecuado, bancos multilaterales de desarrollo prestos a financiar la transición y muchas empresas portuarias de talla mundial dispuestas a invertir en el modelo correcto. Desaprovechar esta oportunidad podría salir todavía más caro para Guatemala, la competitividad de sus exportaciones seguiría cayendo y los precios de los productos importados seguirían subiendo. El gobierno tiene una oportunidad de oro para convocar a la oposición, al sector privado y a la sociedad civil a unirse tras una reforma bien concebida y técnicamente acertada.