Polarización y populismo

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La polarización es notoria en la actual contienda electoral. Mundialmente se habla de la radicalización de la oferta y la demanda. En Estados Unidos, Europa y otros países latinoamericanos también emergen candidatos que intentan cosechar votos azuzando la ira, la envidia, el odio o el miedo entre los votantes. Dicen que las redes sociales difuminan el debate, pues nos suministran selectivamente aquellas opiniones que alimentan nuestros prejuicios. El ambiente político fomenta la desconfianza mutua y la enemistad; la emotividad desplaza a la razón.

Hoy, una oferta política honesta, mesurada y realista no solo luce anacrónica, sino difícilmente triunfaría en las urnas. Hasta los candidatos que no desean ser populistas tienen que comportarse como si lo fueran, para prosperar. Muchos temen que el virus que ataca la democracia es imparable y colapsará el sistema. Abundan los libros que predicen el fin del proyecto democrático, como el exitoso texto titulado Cómo mueren las democracias, por Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.

Si pudiéramos señalar un efecto positivo de la retórica confrontativa es que le quitó el romance a la política. Nuestra actitud, lógicamente, es de decepción global hacia la clase política y sus juegos. Aprendimos a detectar ciertos trucos. Percibimos que ningún candidato es un superhéroe o un mesías, y que nuestra salvación no depende del sector político. Y, aunque sabemos que nuestro voto es uno entre millones, ojalá lo aprovechemos para castigar a los populistas descarados.

Me repele particularmente la burda sobresimplificación que contrapone al político “bueno” contra “los malos”. Pobres contra ricos, proletarios contra oligarcas, pulcros contra corruptos, progres contra conservadores, y más… los políticos gustan de rotular, dividir y atacar. El marxismo-leninismo fue uno de los más virulentos promotores de este lenguaje binario y corrosivo. El candidato se autoidentifica con un concepto que espera sea popular entre una masa lo suficientemente grande como para llevarlo al poder. Por ejemplo, luego de las manifestaciones espontáneas que se produjeron en el 2015, anticipan que la masa guatemalteca prioriza la transparencia.

Por ello, los candidatos se pelean por ser abanderados de la guerra contra la corrupción. Retratarse como el más auténtico guerrero por la transparencia es arrogante y, simultáneamente, admite un discurso de victimización. El político se da a sí mismo un aura de intachable, sin aportar evidencia de ello. Usa su motif anticorrupción como una especie de agua bendita que purifica todas sus opiniones y acciones. Si alguien señala una de sus faltas o cuestiona una postura suya, basta con tachar al crítico de corrupto o ladrón. Se proclama víctima perseguida por fuerzas oscuras. Ningún contrincante suyo es legítimo: son egoístas que luchan por mantener el estatus quo y proteger sus viles intereses.

' El discurso binario es falso y corrosivo.

Carroll Ríos de Rodríguez

En fin, el populismo y la polarización nos desengañan respecto de los alcances de la política. Según Latinobarómetro (2018), casi un 80 % de los guatemaltecos creen que los gobernantes no pretenden beneficiar a los gobernados. Solo el 28 % de los guatemaltecos cree que la democracia es el mejor sistema político. La satisfacción con la democracia anda por los suelos, y la mayoría desconfiamos de los partidos políticos, el Congreso, el sistema judicial, el Tribunal Supremo Electoral y del Gobierno.

No nos hacemos ilusiones sobre la dificultad de sanar nuestras instituciones políticas. Intuimos que la solución no radica en cambiar a las personas, sino en modificar las reglas del juego, de tal suerte que ningún poderoso pueda vulnerar nuestros derechos básicos.

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).