POR LA LIBERTAD
¿Qué frena nuestro progreso económico?
La mentalidad redistribucionista, muy popular en nuestros días, separa la creación de riqueza de la distribución de esta. Pero no podemos comernos el pastel que no existe.
' La mentalidad redistribucionista, muy popular en nuestros días, separa la creación de riqueza de la distribución de esta.
Ramón Parellada
Hay dos cosas que frenan el crecimiento económico de Guatemala. El Mercantilismo y la mentalidad redistribucionista. El Mercantilismo es una economía de privilegios que protege a unos pocos afectando al resto de los habitantes del país. La mentalidad redistribucionista cree que la riqueza está dada y no tiene empacho en redistribuir a quienes considera que lo necesitan a costa de reducir el crecimiento económico y el mayor bienestar para todos.
El mercantilismo es una lacra heredada que, aunque con menos injerencia que antes, sigue haciendo estragos cuando la hay. Este sistema de intervención estatal donde se otorgan privilegios y protección a ciertos sectores, desde sindicalistas hasta pseudoempresarios, hace que se restrinjan las opciones de compra y trabajo de los habitantes del país para mejorar su nivel de vida. Los casos más claros son los aranceles. Un arancel encarece los productos importados. Hace que los guatemaltecos tengan que comprar el producto local, pero no porque tenga mejor precio en condiciones de verdadera competencia, sino porque el Gobierno, en conjunto con aquellas industrias a quienes protege, encarece los productos importados. Una forma de aumentar los ingresos reales de los guatemaltecos es permitiendo la libre entrada de cualquier producto al país. Sus ingresos les alcanzarán para adquirir más bienes y servicios. Otro ejemplo del mercantilismo es el de los sindicatos con su presión de salarios mínimos y restricciones impuestas en la inmigración de gente que quiere venir a trabajar al país. Los salarios mínimos legales, cuando están por encima del salario libre de mercado, causan desempleo. Las restricciones laborales para extranjeros no sirven, lo único que puede ayudar a mejorar el nivel de vida es que ingresen más inversiones de capital, o sea, nuevas fábricas y empresas que creen valor.
La mentalidad redistribucionista, muy popular en nuestros días, separa la creación de riqueza de la distribución de esta. Pero no podemos comernos el pastel que no existe. La realidad es que la riqueza se distribuye en la medida en que se va creando. Mientras esto sucede, todos se benefician de ello. Una de las justificaciones que usan los redistribucionistas es el tema de eliminar las desigualdades. El redistribucionista quiere quitarle al que ya tiene y trasladarlo al menos afortunado. Pero el que ya tiene ya dio su parte al Gobierno para seguridad y justicia. Si encima le quitan más, la señal que recibe es que por producir y crear más riqueza será castigado y no premiado. Esta es la parte de la oferta, se desincentiva al que crea riqueza y mejor se lleva su fábrica e industria a otro país. En realidad, no hay ningún problema en la desigualdad. Todos somos diferentes por naturaleza y tenemos diferentes características. Tratar de cambiar esto es imposible. Y los resultados que cada uno tenga también serán diferentes. El problema no es la desigualdad, sino la pobreza. No importa la desigualdad si hay más oportunidades de mejora de nivel de vida. Para ello no hay que pensar en políticas redistributivas, por más que nos toquen el corazón con argumentos que nos hacen sensibilizarnos.
Hay que usar la razón y pensar cuál es la mejor forma de mejorar el nivel de vida de todos, y eso solo se puede lograr en una economía de mercado libre, sin proteccionismo de ninguna clase, sin políticas redistribucionistas, sin tantas regulaciones que impidan la formación de capital, garantizando la vida, la propiedad y la libertad. Solo así se logrará un mayor progreso económico y mejorar el nivel de vida de todos los habitantes del país.