ALEPH
“Quien pinta pared y mesa…”
Lo único constante es el cambio, repetimos una y otra vez, recordando a Heráclito. Sin embargo, en realidad lo único que es constante es la tensión que se da entre lo nuevo y lo viejo, entre lo establecido y lo que se atreve a cuestionarlo, entre lo “normal” y lo que se sale de esa norma, entre lo que está ordenado de una determinada manera y lo que trata de reordenarlo de otra.
El movimiento de mujeres y las feministas en todo el mundo han venido cuestionando, durante los últimos casi tres siglos, un orden que tanto Gerda Lerner como Levi-Strauss, entre muchos teóricos más, denominaron “el orden patriarcal”. Antes, en la época medieval, hubo una Christine de Pizan, poetisa, viuda y madre de cuatro hijos, que sentó las bases de la querelle des femmes, retomada en Francia siglos después. A ella le siguieron Olympia de Gouges en la Revolución Francesa, las trabajadoras organizadas del capitalismo temprano, las sufragistas que nos acercaron al voto y las intelectuales que quisieron, pero no pudieron, entrar a la academia hasta avanzado el siglo XX. Hoy, gracias a ellas, las mujeres estamos en casi todos los espacios. Sin embargo, aún hay muchos pendientes, porque las violencias e inequidades persisten.
No se estaría cuestionando el patriarcado si su legado no fueran la exclusión, el miedo, el silencio y la violencia para millones de mujeres y grupos vulnerables. No se estaría cuestionando si no se hubiera levantado y sostenido sobre creencias como las de los padres del “pensamiento” occidental, que siguen justificando un orden represor para demasiadas mujeres: “La vida de toda mujer, a pesar de lo que ella diga, no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse” (Dostoievsky); “A las niñas no les gusta aprender a leer y escribir y, sin embargo, siempre están dispuestas para aprender a coser” (Rousseau); “En cualquier tipo de animal, siempre la hembra es de carácter más débil, más maliciosa, menos simple, más impulsiva y más atenta a ayudar a las crías”(…) “La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades” (Aristóteles); “La mujer no tendría el genio del adorno si no poseyera también el instinto de desempeñar el papel secundario” (Nietzsche); “La mujer, está donde corresponde. Millones de años de evolución no se han equivocado, pues la naturaleza tiene la capacidad de corregir sus propios defectos” (Einstein); “Si, por ventura, alguna mujer quisiera aparecer como sabia, únicamente lograría ser dos veces necia: sería como intentar llevar un buey al gimnasio” (Erasmo de Rotterdam); “Es orden natural entre los humanos que las mujeres estén sometidas al hombre, porque es de justicia que la razón más débil se someta a la más fuerte” (San Agustín). Y podríamos seguir la huella hasta los femicidas contemporáneos que escriben en el cuerpo torturado, mutilado y violado de una mujer mensajes como: “por p…”. Así se ha hecho existir por siglos a las mujeres, porque lo que se nombra existe. De ahí que sea importante que las mujeres —y los hombres— escribamos la historia de otra manera.
' Se están deconstruyendo incluso sentencias como “quien pinta pared y mesa, blablablabla”.
Carolina Escobar Sarti
En América Latina, el patriarcado tiene su propia versión tropicalizada: el machismo. Hombres y mujeres crecemos en este orden, pero no es igual para ambos. Para nada es un hecho neutro nacer mujer u hombre en países como Guatemala; no se cocina igual el caldo. Las cifras de educación, salud, pobreza, embarazos en adolescentes, violencia sexual, empleo, participación y propiedad lo confirman. De allí que desmontarlo cueste tanto.
Escuchemos el mensaje que este momento de tensión nos está lanzando, entre el orden que ha sido y el que se está reconfigurando. El hartazgo de las mujeres no tiene límites y frente a los cuerpos escritos en clave de violencia se están deconstruyendo incluso sentencias como “quien pinta pared y mesa, blablablabla”. (Por cierto, en un edificio de Buenos Aires decía: “Las paredes son nuestros periódicos”.) Renombremos el orden, y que la paz no venga solo de las buenas costumbres, sino de la conciencia del mundo que anhelamos y del momento histórico que nos toca vivir.