CATALEJO

Relato de un día feliz de Jose Rubén Zamora

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Recibí el 30 de diciembre la copia de un mensaje de Jose Rubén Zamora, el más notorio preso político del giammatteiato, al respecto de lo ocurrido el día anterior, calificado por él como “día feliz”. Porque no alcanza el espacio para publicarlo completo, presento un breve resumen de los hechos, sin mencionar los nombres mencionados, para protegerlos. El texto es muy explicativo del sistema penitenciario derivado de un sistema judicial y un Ministerio Público al servicio de un poder público cooptado y por tanto fantasmal, inexistente. Dice Jose Rubén:

Fue un día fantástico: por tercera vez en 540 días, con orden judicial pude visitar a mis médicos para conocer el diagnóstico de mi columna y por primera en cinco años, a mi dentista. Comenzó con los mismos rituales de los días que me conducen a los tribunales. A las 3.30 am, un regaderazo de agua congelada; a las 5.30, listo para salir de la sección de aislados, de la que soy su único habitante, hacia las diferentes clínicas. A las 7 fui esposado a la puerta de la bartolina y conducido con otros presos por los seis guardias que nos custodian. Es arduo y extenuante el trabajo de ellos, realizado en una o dos de las escasas patrullas del sistema penitenciario.

A las 8 am ingresé a ser atendido por un médico amigo, que me inundó con obsequios de medicinas y llamó a los otros médicos tratantes para conversar sobre mi condición. Al salir con los seis escoltas, la patrulla había llegado luego de un viaje a Amatitlán. Cuando llegamos al edificio de mi segunda cita, dos distinguidas señoras no se asustaron al verme llegar esposado, sino al reconocerme me saludaron y fueron muy empáticas. Al salir a eso de las 11, debimos esperar de pie hasta la 1.45 pm la llegada de uno de esos dos pickups “gallo gallina” (con cabina y palangana) con que realizan las centenas de viajes necesarios.

De los carros que pasaban, al vernos surgieron saludos, bocinazos. Algunas personas se bajaron para saludar, algo muy difícil cuando se está esposado. Nos dieron agua y gaseosas. A la 1.45 pudimos irnos al tercer edificio, donde el guardia de seguridad privada al principio no quería dejar entrar a los custodios. Pronto, todo el equipo trabajaba conmigo. La cita terminó a las 5 pm. Los guardias no habían desayunado, almorzado ni comido. En el camino me animé a pedirles la canción de maná “cómo quisiera poder vivir sin aire, pero no puedo”. La habilidad de los pilotos nos permitió regresar 16 horas más tarde de la salida, sin nada en el estómago, hambrientos y sedientos. Llegué a mi destino extenuado, sintiéndome querido y feliz, después de un día espléndido y memorable.

Me impresionó la naturalidad para expresar cómo ocurre la vida en la bartolina de la prisión del Mariscal Zavala, y cómo ello le permite sentirse feliz por esas pocas horas de sentirse apoyado por amigos, conocidos y ciudadanos de a pie. Es escalofriante pensar en cómo es la vida en las cárceles “normales”, verdaderas fábricas de personas resentidas contra la sociedad. Quien se entera de esto no puede justificarlo ni explicarlo como un justo castigo al ejercicio del derecho constitucional de opinar, ni tampoco para quienes han sufrido vejámenes igualmente medievales, pero en el siglo XXI, por haber estado cerca de quien ha sido tácitamente calificado de enemigo del Estado, o por haber tomado decisiones jurídicas opuestas al criterio de “para mis compinches, todo; para los demás, el castigo vía un sistema legal solo existente, en papel”.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.