CATALEJO

Religión con política: mezcla inconveniente

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La fotografía de la nueva presidenta del Congreso y marcada giammatteísta Shirley Rivera levantando las manos cerradas y viendo hacia el cielo al momento de recibir su cargo, constituye una prueba fehaciente de por qué en un estado laico como el de Guatemala, es decir sin religión oficial, debe haber separación entre las membresías religiosas personales y aquellas derivadas de instituciones estatales o gubernativas.
Muchas son las razones, y entre ellas se puede señalar la libertad de cultos, es decir, el derecho de las diferentes manifestaciones religiosas a establecerse en el país, gracias a las reformas vigentes desde la Revolución Liberal de 1871. Hoy en día, las constantes invocaciones a Dios se han “colado” cada vez más, como antes solía ocurrir en las fiestas juveniles.

Eso puede ser por error de cálculo o por la intención de ganar apoyos políticos basados en el pensamiento mal intencionado de fomentar la idea entre los ciudadanos de tratarse de una buena persona. El pensamiento viene así: las personas buenas invocan a Dios y por eso su actuar es bueno; los gobernantes, si se manifiestan públicamente como personas religiosas, son buenas personas y por tanto todos debemos apoyarlos para ser también buenas personas. El error o la mala intención consiste en no señalar ni entender los campos de acción: el religioso es puramente espiritual y el político, material. La práctica religiosa debe circunscribirse al hogar, los templos y no las calles, con la excepción de cuando penetran lo cultural, como la Semana Santa en Guatemala.

' Nuestras constituciones, desde hace siglo y medio, 150 años, insisten en la necesaria separación entre practicar religión y política.

Mario Antonio Sandoval

En el campo ético y moral, el camino en la religión es más angosto y por eso lo correcto o al menos aceptable tiene más espacio. Entonces, la identificación con unas ideas religiosas reducen el ancho del camino de la corrección política. Llamar a colaboradores gubernativos tomando en cuenta la filiación a una determinada forma de interpretar el mensaje cristiano, se convierte en una fuente justificada de críticas cuando se rompen normas religiosas y muchas veces también legales. El adulterio, la corrupción en cualquiera de sus formas, son doblemente rechazables y colocan a los funcionarios públicos en una posición cada vez más difícil de lograr. Se critica como negativa a una figura política cuando cumple las normas humanas, pero tiene pecados, o sea rotura voluntaria de normas religiosas.

En Guatemala, los jefes de Estado más unidos a ideas religiosas han sido Serrano, Ríos Montt, Morales y Giammattei. Señalaron con orgullo su filiación religiosa cristiana, en un uso equivocado de este término porque lo empleaban como sinónimo de no ser católico, el grupo más numeroso de cristianos del mundo, con la ventaja de sus casi dos mil años de existencia y de huella en l a cultura occidental, aunque también pueda ser motivo de justificadas críticas desde hace siglos. Ninguno de los presidentes guatemaltecos se ha declarado católico practicante, aunque Laugerud era cucurucho de Santo Domingo. Es imposible dejar de hacer comparaciones para decidir si los gobiernos encabezados por no-católicos neopentecostales han tenido mejores personas.

El caso de Jimmy Morales y el de Giammattei sobresalen. El primero mencionaba a Dios hasta cuando no había motivo para invocarlo. El segundo suele terminan sus discursos con un ruego de bendición divina para Guatemala. Y ambos nunca pudieron ni pueden justificar la mayoría de sus decisiones. La última es el nuevo canciller, escogido por su filiación religiosa. Es válido sacar la conclusión de tener el mismo motivo el nombramiento presidencial de la señora Shirley Rivera, de modesta capacidad, cero experiencia y con serias posibilidades de ser criticada por su estilo de vida, como es el caso de Alejandro Giammattei, por razones ya conocidas, innecesarias de repetir. Todo esto es resultado de la mescolanza entre religión y política, no digamos de politiquería.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.