CATALEJO
Resulta imposible creerle a Giammattei
Cuando hace siete días escuché y vi a Alejandro Giammattei y a Guillermo Castillo hablar conjuntamente, me alegró porque parecía haberse terminado su evidente animadversión. Las promesas del mandatario fueron pronunciadas en forma clara, aunque evidentemente estaba muy reacio a anunciar el tan esperado fin del absurdo e innecesario Centro de Gobierno. No podía considerarse como una mentira, porque el vicepresidente ejercería las funciones asignadas para ese cargo por la Constitución. La reacción de comentaristas diversos fue también el producto de ver y oír con satisfacción lo expresado. Nadie pensó en la posibilidad de un “cambio de opinión”, porque lo convertiría en burla tanto a su compañero en el Ejecutivo como a todos los guatemaltecos.
' Fui uno de quienes creyeron ese discurso y ahora me doy cuenta de haber sido cándido con alguien fundamentalmente mentiroso.
Mario Antonio Sandoval
Pero todo era mentira. Abierta, desvergonzada y sin duda preparada desde antes del anuncio. No hay tales de reconciliación. Pocas horas después hizo lo contrario de lo expresado, pues decidió presidir el anunciado Gabinete de Reconstrucción, dejando a Castillo reducido a un papel de simple asesor, aunque se le otorgue el título de coordinador. Será un cuerpo asesor más, con reuniones una vez al mes, cuyo único y triste papel será acatar las decisiones tomadas por Giammattei. No se puede dudar de la repetición de sus exabruptos, o de sugerencias de algún personaje de escasa o nula experiencia por medio de mantener, aun a costa de diluir su poca credibilidad, al Centro de Gobierno. En realidad provoca frustración y más rabia.
En vista de esta nueva e increíble situación causada por Giammattei, no es exagerado pensar en nuevas falsedades. Anunció la renuncia de todo el gabinete para decidir quiénes se quedan o se van, pero cuando se ve la lista del gabinete de reconstrucción, es fácil deducir quiénes se quedarán: los ministros de la Defensa, Finanzas, Salud Pública, Desarrollo Social y Agricultura. Tal vez habrá alguna sustitución, pero su fin será cumplir con la frase política de “cambiar algo para que no cambie nada”. Ciertamente, el tema del miércoles no se refería a la corrupción, pero a causa de su importancia fundamental debió haberse siquiera mencionado. Es evidente: la gavilla relacionada con los poderes del Estado no puede darse el lujo de permitir cambios.
En un país avanzado en la cosa pública, al efectuarse su ejercicio con mínimos marcos de decencia, para los políticos mentir es un pecado sin absolución posible. Por eso no hacen afirmaciones sino presentan posibilidades con condicionantes. Pero en países como el nuestro, las mentiras constantes han provocado en la ciudadanía un rechazo, aunque haya excepciones, a quienes por cualquier motivo se introducen en la conducción del Estado. Algunos lo hacen por terquedad o por otras razones. A causa de esto el ciudadano considera a la mentira -mientras más descarada, mejor- como una de las características inherentes e inseparables del ejercicio de la política. Ello espanta a las personas dignas y asegura la llegada de vándalos y delincuentes políticos y también legales.
La decisión de presidir el Comité de Reconstrucción demuestra, además, una personalidad impregnada de egocentrismo y arrogancia. Los 37 meses faltantes se convierten en un plazo demasiado extenso, porque otra característica es tener una equivocada idea de la importancia real en el mundo de nuestro pequeño país, cuya dignidad es pisoteada cotidianamente por quienes están obligados a defenderla y respetarla. Es triste y doloroso constatar, a la luz del deplorable desempeño político, el justificado poco interés ciudadano por participar en la vida nacional. Hay un círculo vicioso: los decentes no participan porque hay corrupción, y hay corrupción porque los decentes no participan. La mentira desde la Presidencia derrumba la imagen no solo del mentiroso, sino del país.