CATALEJO
Sospechoso incendio en el Café Rayuela
No pude entrar nunca al Café Rayuela. Solo sé dónde estaba, a media cuadra de la Casa Presidencial, y lo consideraba uno de los pequeños negocios situados sobre el Paseo de la Sexta, antes de llegar al parque Centenario. Cuando su propietario Byron Vásquez decidió brindar comida gratuita a varios miles de ciudadanos afectados por las consecuencias de la pandemia, me pareció una acción ejemplar, digna de felicitación. Pensé en escribir un artículo para felicitarlo, pero el maremágnum del país me hizo olvidarlo. A él no lo conozco. Ignoro cuáles son sus pensamientos sociales, religiosos, políticos, su estado civil, pero eso es secundario cuando se realiza una obra de ese tipo, por la cual los familiares y amigos suyos pueden sentirse orgullosos.
' Las Hermanas de la Caridad y el sacerdote Jesús Rodríguez tienen docenas de años de trabajar silenciosamente en beneficio de los necesitados.
Mario Antonio Sandoval
El jueves, la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado decidió dar la orden monseñor Juan Gerardi al señor Vásquez y al sacerdote Jesús Rodríguez, porque tiene medio siglo de desarrollar programas educativos para niños y mujeres en la Parroquia Las Victorias y a Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, por su servicio desde hace decenas de años a los más necesitados, en su sede de la 20 calle de la zona 1. Lo considero, por serlo, un justo reconocimiento de las máximas autoridades locales de la Iglesia Católica, interesadas en premiar a quienes luchan por los derechos humanos, por cierto un concepto al cual malintencionadamente se le ha identificado como exclusivo de personas o entidades con una determinada motivación o sesgo ideológico.
Hace muchos años desterré de mi vocabulario la palabra “casualidad” cuando se refiere a un suceso en el cual se ven afectados quienes pueden ser considerados, cierto o no, como política e ideológicamente comprometidos. Pensé en eso el sábado por la mañana al enterarme del incendio causante del total destrozo de ese restaurante y de daños muy severos a la vieja casona. La noticia de este incendio y del premio fue objeto de muy breves notas en la prensa escrita, un hecho extraño, en realidad. Es igualmente extraño la rápida salida de los bomberos cuando lograron apagar las llamas. Y lo más insólito y raro es el momento del fuego, pocas horas después del mencionado premio.
Los religiosos católicos premiados —las Hermanas de la Caridad y el sacerdote Jesús Rodríguez— merecen, sobre todo, esa presea. Su trabajo lo han realizado en silencio, cumpliendo promesas y votos. No tengo el gusto de conocerlo a él, y lamento mi desconocimiento de su obra educativa y en beneficio de las mujeres guatemaltecas, tan necesitadas durante muchísimos años de respeto familiar, laboral y social. Los tres galardonados necesitan continuar su obra y para ello es justo darles una ayuda, económica o de cualquier otro tipo. En el caso del Café Rayuela, la nueva ola de coronavirus, a las puertas del país, debe convencer a quienes puedan hacerlo, de unirse a quienes así demuestren su espíritu fraternal para aquellos que, a la vez, se comportan como hermanos de los necesitados.
Alejandro Giammattei no tiene alternativa a usar su influencia para investigar exhaustivamente ese fuego. Hace muchos años, el brutal asesinato de monseñor Gerardi ocurrió poco después del libro sobre el conflicto armado interno guatemalteco. En la actualidad, la llegada al círculo más alto de personajes muy controversiales, por decir lo mínimo, obliga a limpiar esas manchas, en especial ahora, con un nuevo gobierno estadounidense a solo cinco semanas de asumir y a la actitud clara, sin posibles interpretaciones, de los nuevos diplomáticos. Así como entendió el claro mensaje de la delegación de la OEA, debe tener claro su beneficio para esta acción y las de la Plaza.