Catalejo
Tres comicios de parecida importancia democrática
El Salvador, México y Estados Unidos: sus elecciones permitirán entender el estado actual del sistema democrático.
En los últimos días, tres hechos sobresalieron en el panorama político del continente americano. Ocurrieron la elección ayer de Claudia Sheinbaum; el inicio del segundo período de Nayib Bukele en El Salvador y la condena a Donald Trump en New York, tres sucesos muy distintos, pero parecidos por el surgimiento de nuevas situaciones anteriormente imposibles y hoy inesperadas o producto de la reacción de votantes y de donadores de fondos para las elecciones. Demuestran la necesidad de realizar cambios para asegurar la permanencia de la democracia como sistema de gobierno, algunos también hasta hace poco impensables. Son claras muestras del cambio de época en un sistema necesitado de revisiones serenas, algunas de ellas derivadas del avance tecnológico.
El Salvador, México y Estados Unidos: sus elecciones permitirán entender el estado actual del sistema democrático.
No causó sorpresa la elección de Claudia Sheinbaum, la primera mujer presidenta en la historia mexicana, del círculo superior del partido Morena, y de su jefe máximo López Obrador. Las variadas explicaciones merecen un análisis específico, pero son variadas. Recibe un país con serios problemas a causa del avance del narcotráfico, el aumento de la violencia electoral y la espera del resultado de los comicios estadounidenses, con indudables efectos económicos. Desde lo interno del gobierno, su inicial tarea, y muy importante, será marcar la diferencia de la actitud propia y la del antecesor, quien deberá acostumbrarse a pasar a segundo plano. Le ayuda su experiencia política práctica por haber sido jefa de gobierno de la ciudad de México. No llega a aprender, sino a aplicarla.
Nayib Bukele, rodeado de visitantes foráneos de alto nivel, recibió el cargo no con una gorra beisbolera al revés, como es su costumbre, sino con un ridículo atuendo de prócer de la independencia, con cuello alto y una mala imitación de adornos bordados color oro, estilo Bolívar o San Martín. Según las redes, su colega argentino Milei, le mencionó la reelección, lograda con una güizachada: renunciar al cargo seis meses antes para burlar la prohibición constitucional y dejar una vicepresidenta de juguete. La respuesta: “es necesaria”. Vendrá entonces cualquier cambio para eliminar esa traba y aumentar los períodos de mando, al mejor estilo de Putin. Si se “sacrifica” por su patria cinco veces adicionales (20 años), al terminar tendrá la edad de Arévalo hoy.
En Estados Unidos, los mensajes en redes sociales señalan algo preocupante: Mike Pence, exvicepresidente de Trump y su supuesto “enemigo” cuando no quiso apoyar la lucha ilegal aunque aceptada por demasiados republicanos para declarar nulas las elecciones del 2016, ahora lo apoya. Si participa, aunque en julio sea sentenciado, el republicanismo está dispuesto a desconocer las elecciones si vuelve a ganar Biden. Al iniciar este siglo, nadie pensó en ese ya largo proceso de latinoamericanización de la política estadounidense y menos en la crucial participación del partido político cuya bandera ha sido siempre la del conservadurismo arraigado, donde se encuentra aún ahora la base de sus votantes, aunque en la cúpula de ambos partidos haya multimillonarios.
Cada uno de estos tres casos es distinto y necesita separado análisis. El fracaso de estos tres gobiernos tendrá serios efectos en el resto del continente y en el mundo. Las adaptaciones a los nuevos tiempos no deben extrañar a nadie, porque los procesos históricos no se detienen. No hubo tal fin de la Historia, como predijo Fukuyama en 1992, pero sí parecen estar ocurriendo las ideas de su posterior obra Orden Político y Decaimiento Político, iniciado desde hace tres siglos por la Ilustración francesa, de la cual deriva la división del Estado en tres poderes. La causa son los abusos de la libertad proclamada por el liberalismo político y económico, derivados de las características humanas.