CATALEJO
Última semana previa a elección de EE. UU.
La actual lucha electoral estadounidense tiene una violencia preocupante, tanto en los mensajes emitidos a favor o en contra de Donald Trump y Joseph Biden. Los insultos y descalificaciones mutuos las hacen parecerse mucho a las de cualquier país tercer o cuartomundista. Son numerosos los trapos sucios sacados al sol y la batalla ha pasado de ser una tradicional confrontación política entre competidores, a una guerra total entre enemigos, en su significado de tener mala voluntad y deseo de acabar o hacerle mal al adversario. Esto ha trascendido a sus seguidores, convirtiéndolos en fanáticos con posiciones aún más simplistas de las tradicionalmente utilizadas con el objeto de lograr votos en estos comicios en realidad indirectos de la Unión Americana.
' Salió a luz el olvidado tema de la separación de padres indocumentados en la frontera, culpa tanto de Donald Trump como de Joseph Biden.
Mario Antonio Sandoval
Las elecciones estadounidenses, de hecho, son pensadas para abarcar dos períodos de cuatro años, con la de medio término convertida en un referéndum sobre la popularidad presidencial. A partir de 1960, cuando ganó John Kennedy –hace 60 años– dos mandatarios perdieron esta última, el demócrata James Carter (1977- 81) y el republicano George Bush padre, 1989-93. Los demás ganaron dos veces: Richard Nixon, 1969-74 (Rep), quien debió renunciar para evitar un juicio político (impeachment); Ronald Reagan, 1981-89 (R); William Clinton, 1993-2001 (Dem.); George W. Bush, 2001-09 (R); Barack Obama, 2009–2016 (D). En esos 40 años ha habido cinco presidentes republicanos e igual número de demócratas. Lyndon Johnson (D) gobernó de 1963 a 1969.
Recuerdo cuando esas elecciones eran, hasta donde es posible, caballerosas. El diálogo Nixon-Kennedy, por ejemplo. Pero son tiempos demasiado lejanos y ahora esa violencia y exageración se ejemplifica al calificarlas de “la madre de todas las elecciones” o ilustrarlas con un mapa estadounidense rasgado a la mitad, con la bandera igualmente partida por las siluetas de los candidatos. En esto, ningún aspirante está libre de culpa y por eso las preocupaciones de personas serenas están justificadas. En toda guerra la primera baja es la Verdad, frase aplicable a esta guerra electoral cuya batalla final se encuentra a solo 13 días de distancia. Y los errores de ambos contendientes, muchas veces increíbles, compiten con ferocidad por ganarse el primer lugar.
Según el sistema, quien gana los votos electorales será el presidente. En estos comicios podría darse una reelección gracias a la victoria en los votos electorales, con cualquier contendiente. Una consecuencia podría causar los necesarios cambios en ese sistema de todo o nada, y sustituirlo con uno de votos proporcionales según los votos populares, como en Maine y Nebraska. Por ejemplo, si un candidato obtiene el 60% de los votos populares en un estado con 55, le tocarían 33, y al otro 22. Los votos populares se remontan a la fundación de Estados Unidos, pero las circunstancias actuales del mundo aconsejan ese cambio, aunque necesita valentía política de los dos partidos, en la práctica una verdadera utopía para los estados donde existe este todo o nada.
Los dos debates no sirvieron de mucho. El primero fue una vergüenza por la actitud presidencial, y en el segundo los temas fueron casi todos internos y fue lamentable la actitud evasiva de Biden ante golpes de Trump. A mí me renació la indignación por las separaciones de padres y niños para encerrarlos en jaulas construidas por el gobierno demócrata de Obama/Biden y usadas por Trump como cruel medida de presión, con el resultado de haber desaparecido más de 500 niños, cuyo paradero ignora el gobierno, y la indiferencia y olvido de esta tragedia abarcan a los países donde ellos nacieron. A mi criterio, la victoria ya está decidida porque el voto es una acción humana no racional, y en demasiadas ocasiones es efecto del resultado de una decisión no meditada.