LIBERAL SIN NEO
Un tanteómetro en la oscuridad
Con pocas excepciones, hay que abrir todo. El daño para las empresas, el empleo y el sustento de las personas se acentúa más cada día y no se ve destino al final. ¿Qué estamos esperando? ¿Que el virus se largue, que surja una vacuna, que “se aplane la curva”? Más de un sermón dominical ha puesto por variable independiente el si se portan bien, tal cosa, y si se portan mal, tal otra, como si estuviéramos en la edad de bronce; no llueve porque se portan mal. Una de las lecciones importantes que deja esta pandemia es la necesaria humildad de reconocer que casi todos se han equivocado en casi todo, especialmente los expertos. El poder de decidir por todos tiene enorme capacidad destructiva, más aún cuando el poder cree tener más conocimiento del que en realidad posee. No se cuenta con un metro o cronómetro exacto, sino con un tanteómetro en la oscuridad.
' ¿Qué estamos esperando? El Gobierno no tiene varita mágica.
Fritz Thomas
La principal falencia del sistema del semáforo es que es un modelo de decisión que supone contar con los datos e información necesarios para alimentarlo. Es un sueño de ingeniería bioestadística que se presta para elegantes diagramas que darían a entender que se tiene métricas certeras para determinar lugar y grado al cual se puede abrir o normalizar la actividad económica. Un sistema de información que depende de reportes de ingresos hospitalarios y pruebas esporádicas no es capaz de generar la data para el semáforo, ni es el criterio adecuado para tomar decisiones sobre el quehacer y sustento de las personas.
Desde el punto de vista ético, el cierre es injusto. Todas las personas que trabajan en el “sector público”, léase el Gobierno en sus diferentes niveles y manifestaciones, incluyendo plazas fantasma y ejército de asesores, gozan de salarios y prestaciones. Si está cerrado o abierto, es indiferente, pues igual le depositan. Este “sector” se alimenta del otro sector, el productivo, mal llamado “privado”, al que no le da lo mismo estar abierto o cerrado. Unas empresas pueden abrir, otras no. Todas podrían abrir, con protocolos y cupos adecuados.
Una empresa que se ve obligada a cerrar, despedir a sus empleados y todavía se queda con deudas, no reaparecerá por arte de magia cuando la luz se ponga verde. No es como subir o bajar el volumen de un aparato de sonido. Son muchos más los emprendimientos que fracasan que los que prosperan, y en las actuales circunstancias la existencia puede ser muy precaria. Pagar alquileres, salarios, intereses y toda clase de gastos con ingresos inexistentes o muy rebajados conduce lenta o rápidamente a la ruina. Hay que darle a las empresas y personas la oportunidad de encontrar soluciones a una situación de por sí difícil, sin el agravio adicional de la prohibición.
Hay bastante conciencia en la población sobre el peligro del virus. Es evidente el deterioro de la actividad económica y el empleo, los expertos y oráculos difieren únicamente en cuanto al número, si es -1.5% o -15%. Cada día adicional que se coarta la actividad productiva, agrega por ciento, que en términos prácticos se traduce a pérdidas, cierres, desempleo y desesperación —más banderas blancas oleando en las calles y carreteras.
¿Qué estamos esperando? No habrá varita mágica. El Gobierno no puede resolver este problema, está más allá de su capacidad, conocimiento y recursos. Hay que confiar en las personas, en su intenso deseo primordial de cuidarse a sí mismo y a los suyos. Con mascarilla, guardando distancia, siguiendo protocolos básicos. Habrá mal portados, siempre los hay, pero dejen a las personas trabajar libremente. Ya es mucho el daño y no se arregla con semáforo.