al grano
Uno de los grandes retos para las izquierdas
En países con instituciones débiles el dilema entre un “mercado imperfecto” y una alternativa estatista o regulatoria debe ser ponderado cuidadosamente.
Una de las justificaciones para promulgar leyes y reglamentos reguladores de las más diversas actividades y circunstancias de la vida social es la de “las imperfecciones del mercado”. Estas también se invocan para justificar medidas de política monetaria y fiscal —What Are Imperfect Markets? Definition, Types, and Consequences (investopedia.com)—. La cuestión de hasta qué punto pueden corregirse las imperfecciones del mercado con regulaciones o políticas públicas se ha debatido por economistas y políticos desde hace tiempo y dudo que se vaya a zanjar el próximo fin de semana.
En países con instituciones débiles el dilema entre un “mercado imperfecto” y una alternativa estatista o regulatoria debe ser ponderado cuidadosamente.
Algunas críticas del mercado imperfecto lanzadas al viento con ocasión de este debate en el marco de las ciencias económicas se han recogido y “popularizado” por intelectuales y políticos. Es normal que así suceda. Supongo que algunos de ellos han descubierto —o así lo creen— que se trata de una actitud “popular” entre sus seguidores o correligionarios. Ahora bien, las razones por las cuales algunos aprovechan cualquier ocasión para denunciar alguna imperfección del mercado no son tan importantes como los desafíos que cada una de esas críticas crea, necesariamente, para las izquierdas del espectro político.
A ver si logro explicar por qué. Imaginemos que un grupo de políticos planteara al Congreso que es imperioso regular más rigurosamente el mercado de las telecomunicaciones porque, siendo tan pocos los proveedores —una de las imperfecciones del mercado— hay cabida para pactos entre ellos para, por ejemplo, ponerse de acuerdo en los precios que van a cargar a los usuarios u otros pactos anticompetitivos. Supongamos que esa iniciativa ganara tracción entre la opinión pública y más y más partidos políticos se sintieran presionados a pronunciarse favorablemente a la idea de regular el mercado de las telecomunicaciones.
Llegado un cierto punto, el dilema para esos partidos sería la cuestión de si, en realidad, esas regulaciones son capaces de mejorar las cosas, por lo menos, antes de las siguientes elecciones. Casi todos ellos suelen ser personas prácticas y su profesión les exige mucho cuidado con “empeorar las cosas” antes de unas elecciones. Ese sexto sentido del que todo político debe tener una buena dosis impone, pues, esta cuestión: ¿van a funcionar mejor las nuevas regulaciones que el imperfecto mercado existente? La respuesta es, evidentemente, compleja. Depende de muchos factores y circunstancias que no están bajo control. Para empezar, las administraciones públicas tampoco son perfectas. La burocracia puede ser ineficiente, puede no contar con las competencias técnicas necesarias e, inevitablemente, tiene que ajustar sus actuaciones a procedimientos legales y reglamentarios que hacen de su función, eso, “burocrática”.
Estas situaciones no se presentan solamente en países en vías de desarrollo. De hecho, creo que en los países desarrollados donde gobierna la izquierda no se producen actualmente medidas drásticas en contra del imperfecto mercado porque ya hay mucha experiencia. Ya se conocen bien las consecuencias de esa mezcla de buenas intenciones y políticas equivocadas que llevaron a algunos de sus predecesores en la arena política a fracasar en las siguientes elecciones. Por eso afirmo que para las izquierdas es un desafío hacer propias de primas a primeras las críticas contra el imperfecto al mercado. Nada que sea obra humana es perfecto. Empero, la condición humana no cuenta con el lujo de escoger entre cosas perfectas e imperfectas, sino entre cosas menos imperfectas que otras. En países con instituciones más bien débiles, la ponderación entre cualquier “mercado imperfecto” y una alternativa del lado de las funciones estatales debe ser particularmente cuidadosa.