MIRADOR
Violencia pluriétnica, multicultural y plurilingüe
No estamos acostumbrados a cumplir la ley ni a respetar al prójimo, y aún con el riesgo que representa la generalización, se puede afirmar que somos una sociedad muy colérica, preocupantemente violenta. Ningún grupo étnico, social, religioso o económico se zafa de esas adjetivaciones, aunque vemos esfuerzos de ciertos colectivos por escapar de tales etiquetas.
' Las políticas públicas responden a la presión de grupos y se traducen en acciones dirigidas a satisfacer a sus simpatizantes.
Pedro Trujillo
Lamentablemente sobran ejemplos: 1) En Petén, Domingo Choc fue quemado vivo acusado de brujería, con la aquiescencia, apoyo y participación de parte de la comunidad en la que vivía. Sus vecinos no lo protegieron y, además, algunos fueron autores, cómplices o encubridores de tan aberrante crimen. 2) El futbolista Pappa, reiterado agresor de mujeres, suele salir airoso de sus continuos ataques a damas, y no se comprende qué mágico milagro sucede para que no esté encarcelado desde hace tiempo, salvo que la justicia espere que asesine a alguien y entonces actúe con “prontitud”. Actualmente está en busca y captura después de huir porque un juez no lo procesó, a pesar de haber sido capturado por la policía casi in fraganti —y en lamentable estado de ebriedad— tras su último conocido acto de maltrato. 3) El garrulo del Pirulo, criminal confeso condenado a tres años de prisión conmutable por instigación para delinquir —de cuyo resultado se cometió un homicidio— perfecciona diariamente su chabacanería frente a los micrófonos mientras fomenta la homofobia, la ordinariez y otras bajezas propias del esperpéntico personaje quien, escoltado por dos monigotes —al mejor estilo de los tres chiflados— es vitoreado por seguidores mononeuronales. ¡Vaya nivel cerebral el de unos y otros! 4) El último capítulo de esta crónica negra multisectorial lo vimos hace pocos días en un video que muestra cómo una pareja homosexual fue agredida brutal y reiteradamente por miembros de una misma familia que los persiguieron con sus vehículos —fueron tres— y los dejaron malparados. Además, en esta ocasión, la PNC, institución que debe servir para ayudar, silenció la denuncia porque, al parecer, el jefe de los patrulleros los llamó para que se retiraran, ya que alguien llegaría a negociar y “arreglar” las cosas.
No me atrevo a decir que nos satisface, pero definitivamente consentimos, permitimos, difundimos y silenciamos la violencia. Niños y niñas son diariamente agredidos y estas últimas embarazadas, llegando la cifra a varias decenas de miles cada año. Lejos de enfrentarla como lo que es: un problema complejo que ataca a todos los sectores sociales y se silencia desde todos ellos, nos hemos dedicado a condenarla desde particulares tarimas. Las feministas llevan años centradas en promover el castigo al femicidio; la comunidad LGTBI condena agresiones contra sus asociados; sectores indigenistas hablan de discriminación y racismo, y en lugar de enfocar el problema desde una visión integral, atomizamos cada esfuerzo y se excluye a otros que quedan invisibles y parecieran no existir, porque cada uno propone medidas particulares que suelen circunscribirse a su ámbito de interés. Lo que se consigue con ello es presentar problemas parciales, en función del ruido que se hace o la tribuna que se tiene. Las políticas públicas, por su parte, responden a la presión de grupos y se traducen en acciones dirigidas a satisfacer a sus simpatizantes. En resumen: las cosas no cambian porque no confrontamos la realidad. La violencia hay que atacarla sin sesgos, intereses ni desde sectores específicos. En todo caso, es innegable el magro resultado de las políticas emprendidas en los últimos años, lo que nos debería conducir a reflexionar sobre la necesidad de reformularlas, aunque me da que es una prédica al viento que nadie atenderá.