CATALEJO

Voto joven puede botar la inminente dictadura

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Los jóvenes votantes, si participan en las elecciones, pueden parar la inminente dictadura. No sólo ellos, porque esta responsabilidad está en las manos de todos, y son la mayoría. Ya están comenzando a dar señales firmes de estar conscientes del riesgo inminente de terminar de derrumbarse este país. Las cifras son claras: los votantes entre 18 y 40 años pueden decidirla, pero deben actuar con una mezcla de conciencia y astucia. Representan el 40% de una población de 17.8 millones. La eliminación de elPeriódico muestra hacia dónde va la intención de los antidemocráticos, dentro o fuera del poder. Por eso, con claridad la decisión de no ir a votar favorece el juego del oficialismo, e instar a no hacerlo es contraproducente, por no decir irresponsable.

' Los jóvenes comienzan a entender: son mayoría. Ellos y sus hijos son las verdaderas víctimas de una dictadura.

Mario Antonio Sandoval

Todo está dirigido a fomentar ese hartazgo mezclado con desesperanza, aunque se puedan comprender las razones. Se deben buscar y explicar los motivos y estrategias del gobierno. Entre ellas: fomentar la creación de dizquepartidos con dizquecandidatos, porque provocan el ausentismo, el cual no sirve de nada porque carece de un efecto y sí reduce a los votantes. Sólo cuentan los votos válidos, no los nulos o en blanco. Por eso financian partidos nuevos encabezados por gente desconocida o fracasada en elecciones anteriores. La división de la derecha y de la izquierda, ambas muy suigéneris, en partiditos con un candidatito, se traduce en apoyo al gobierno, cuya calificación ideológica no existe porque integra la corrupto-clepto-mediocre-cracia destructora del país.

Aumentar la participación es una forma de ayudar a las elecciones, porque se incrementa el número de votos necesarios para ganar en primera vuelta. Es significativo el mensaje del “novel” candidato situado en el primer puesto de la intención de voto, porque nunca había ocurrido, por estar fuera de nuestra realidad. El TSE informa de 9.372,164 ciudadanos inscritos, pero el número real de participantes es menor en la segunda vuelta, es decir la decisiva para cambiar al Ejecutivo. Haciendo una proyección conservadora, la participación máxima puede ser esta vez el 60% de esa suma, es decir un cálculo conservador redondeado de 4.7 millones. A esto se le deben reducir los votos nulos y los en blanco y el abstencionismo, 6% y 57%, respectivamente, en el 2019.

Si ocurre lo mismo ahora, la participación sería de 4.4 millones. De ellos, según la encuesta de Prensa Libre-Guatevisión, el 21% serían en blanco o nulos (900 mil) y de esos 357 millones, 800 mil serían para Pineda, 570 mil para Torres, 300 mil para Mulet y para Ríos, y 150 mil para Conde, los primeros cinco lugares. En la segunda vuelta hay menor participación, porque ya los alcaldes y diputados fueron electos. La mitad más uno queda en 1.750 millones de votos favorables y los dos primeros lugares pueden cambiar si ese 28% de empadronados indecisos, o sea casi un millón de personas, deciden votar. El último voto generalmente se divide en las mismas proporciones entre los aspirantes. Por supuesto, no son predicciones, sino consideraciones basadas en lo ocurrido.

Los jóvenes, conectados entre sí y acostumbrados al uso de las redes sociales, pueden llevar este mensaje: se debe participar para botar el plan de ganar en primera vuelta; no escoger porque sí, sino por la posibilidad real entre uno de los candidatos para evitar el afianzamiento de la dictadura. Quedan sólo 37 días para el 25 de junio y todavía es posible lograr la segunda vuelta de siempre. La responsabilidad más grande es de este grupo joven, por ser el más numeroso. Las elecciones iniciales fueron una fiesta cívica. Ya no es así. Ahora son una obligación cívica para dar una batalla campal, porque ellos y sus hijos nacidos y por nacer serán las verdaderas víctimas de todo este concurso de irresponsabilidades, corrupción, abuso de autoridad y demás lacras posibles.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.